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ARTIGAS Y LA INVASION INGLESA DE 1807
                          


José Gervacio Artigas    
Protector de los Pueblos Libres.    
José Gervasio de Artigas

(01) Toma de Montevideo
(02) Guerrillas artiguistas
(03) Fuentes.
(04) Artículos relacionados.


Toma de Mondevideo

Como los buques ingleses seguían en las costas, el gobierno de Montevideo ordenó que el cuerpo en el que servía Artigas, regresase inmediatamente a Cerro Largo para contribuir al avistaje y observación el enemigo. Por su parte Arellano fue destacado en Punta Carretas. Buenos Aires fue reconquistada, pero los ingleses no se quedarían con la sangre en el ojo ni con las manos vacías, y preparan una segunda invasión.

La primera quincena de enero de 1807 se presenta ante Montevideo una poderosa escuadra de 100 buques desplegada en abanico desde la Isla de Flores hasta Punta Carreta, mientras una parte se dirige hacia el Cerro con tropas de desembarque.

Desde agosto de 1806 hasta esa fecha, Artigas y sus hombres recorrían las costas desde el Buceo hasta la barra de arroyo Panda, escudriñando el río y dando aviso a Montevideo, de manera que ni bien se presentó la flota pirata frente a las costas, todo el mundo corrió a sus puestos.

Artigas no entra en la ciudad amurallada, si no que al mando de sus blandengues queda en defensa de la zona circundante. En Miguelete recibe el primer ataque de tropas muy superiores, y siempre en combate se retira con sus blandengues para hacerse fuerte en el saladero de Magariños, reforzado por algunas tropas de la ciudad. Tras fuerte combate de fusilería con los ingleses, los blandengues se repliegan hasta el saladero de Zamora, pero arrollados por fuerzas muy superiores se defienden a sable y bayoneta hasta ser desalojados de la posición. Diez y ocho días duró esa intensa lucha de marchas y contramarchas, hasta que los ingleses logran abrir una brecha en las murallas, en el lugar llamado Portón de San Juan.

Sobre los hechos acaecidos, vale la pena tomar conocimiento de lo dicho por uno de los protagonistas, Ramírez Arellano, en su informe del 24 de febrero de 1808:

Obras de Leonardo Castagnino “En la tarde del mismo día nos reunimos a las tropas que salieron de la plaza a las órdenes del señor virrey, y desde el saladero que llama de Magariño se empezó a hacer fuego de cañón a los enemigos, con lo que se contuvieron sin pasar adelante; pero habiéndose retirado nuestra tropa de infantería y dragones a un saladero de la costa, me posesioné, para observar a los enemigos, e inmediato a ellos, en el saladero de Zamora, desde donde salían partidas en observación, hasta el diez y nueve al amanecer, en que los enemigos emprendieron su marcha para esta plaza, e inmediatamente salí con toda mi tropa y la de los regimientos de milicias de Córdoba y Paraguay, con cuatro cañones, para contener al enemigo, que traía fuerzas muy superiores, y a pesar de ser las nuestras tan reducidas, se emprendió el fuego de una y otra parte, llegando al extremo de atacarnos con bayoneta, por cuya razón se dispersó nuestra tropa, quedando entre muertos y heridos de los de mi cuerpo, de veinte a veinte y cuatro hombres, y nos retiramos al matadero de Silva, donde se hallaba toda la tropa de la plaza con el señor virrey, con quien nos reunimos y fuimos atacados por los enemigos, que no pudiendo resistirlos, se mandó retirarnos con dirección a la plaza, siguiéndonos el enemigo con sus fuegos de artillería y fusilería, que cesó luego que avanzaron y posesionaron del paraje que llaman de Cristo, y nuestro ejército quedó a la inmediación del Miguelete, hasta que en la tarde de mismo día nos retiramos a la plaza, de donde salimos el siguiente día veinte por la mañana, en busca de los enemigos que se hallaban emboscados en las quintas, casas y cercos del Cordón, por lo que no pudieron ser vistos de nuestras avanzadas, causa por la que nos cercaron con sus fuegos de cañón y fusil, por derecha, izquierda y frente, en parajes ventajosos, que nos derrotaron y desunieron, obligando a todo nuestro ejército a la retirada con mucho desorden, por no poder resistir a tan superiores fuerzas, quedando muertos en aquella acción como unos treinta hombres de mi cuerpo, varios heridos y algunos prisioneros. Retirados ya a esa plaza se mantuvo las tropas todas las noches y algunos días en la muralla, sufriendo el más vigoroso fuego de mar y de tierra, que hacía el enemigo sin intermisión de día y de noche, hasta que habiéndose aproximado como a medio tiro de cañón de la plaza, empezó a batir en brecha aunque consiguió abrir en el portón de San Juan, continuando su fuego hasta las tres de la mañana del día tres de febrero del citado ochocientos siete, que avanzó el enemigo forzando la brecha y atacando dentro de la plaza por derecha e izquierda, a fuego y bayoneta, en cuya acción hubo de mi cuerpo bastante número de muertos y heridos, el cual no se puede expresar con certeza, porque se ignora de los prisioneros que llevaron a Londres, excepto algunos que pudieron profugar y otros que los desembarcaron en esa plaza por enfermos. En esa acción y en las demás que tuvieron nuestras tropas y todo el vecindario de esta ciudad, a pesar de su escaso número y tan superior el del enemigo, hizo la más vigorosa y obstinada defensa de todos los puntos a que fueron destinados, sacrificando sus vidas e intereses, como es público y notorio, por la religión, el rey y la patria, obrando con el mayor honor, y en cuyo obsequio murieron muchos en acciones, quedando otros inútiles, por haber perdido brazos, piernas y otras heridas incurables. Del citado mi cuerpo, concurrieron a las acciones conmigo, los capitanes don Bartolomé Riego, don Carlos Maciel, don Felipe Cardozo, el ayudante mayor José Artigas, los alféreces don Pedro Martínez, don José Manuel de Victorica y los cadetes don Juan Corbera, graduado de alférez, don Roque Gómez de la Fuente, don Prudencio Zufriategui y don Juan Manuel Pagola, que murió la noche del ataque, habiéndose portado todos con el mayor enardecimiento, sin perdonar instante de fatiga, animando a la tropa, sin embargo de que no lo necesitaba por el ardor con que se arrojaban al fuego de los enemigos.”

Los ingleses ingresaron a la ciudad a fuego graneado, provocando muchas muertes, y una vez establecidos intentan ganarse la voluntad de los montevideanos. Para eso establecen comercio conveniente para los habitantes, vendiendo telas y mercaderías de buena calidad a bajo precio, y comprando a precios elevados las mercaderías locales, principalmente cueros, cebo, cerdas y plumas.





Las guerrillas artiguistas

Artigas no aprovechó ese comercio favorable, sino que por el contrario, fue en ese período que, fuera de las murallas, mantuvo gran actividad, haciendo una permanente guerra de guerrillas acosando a los invasores, desgastando las tropas, quitándoles recursos y batiendo a las partidas que se separaban de las fuerzas inglesas en procura de abastecimientos. Día y noche molestaban al enemigo, arriaban haciendas y caballadas, quemaban sembrados y tiroteaban a las partidas sueltas.

Estas guerrillas molestaron enormemente a los ingleses y fueron causa de su desgaste y final derrota. Un general inglés, cuando declaró ante los tribunales para dar cuenta de la derrota, dijo que los enemigos habían barrido el país de caballos y que los que dejaban eran tan malos que ni valía la pena ocuparse de ellos.

Otro general, Auchmuty, describía las tácticas que empleaban los gauchos orientales, hombres muy hábiles, que montaban y desmontaban, disparando tiros a la carrera desde el lomo de sus caballos, siendo muy difícil combatirlos, agregando que cada habitante era un enemigo.

Siete meses duró la ocupación de Montevideo, hasta septiembre de 1807, y apenas desalojada la Plaza por los ingleses, mientras su jefe Arellano participaba en reuniones de la política que comenzaba a inquietarse, Artigas ya recorría de nuevo la campaña poniendo orden, persiguiendo contrabandistas portugueses, intrusos y delincuentes. Así lo hizo durante 1808 hasta 1810, apenas auxiliado.

Durante todo el año 1808 el único auxilio monetario que recibió para sus tropas fueron cuatrocientos cincuenta pesos enviados por su jefe, cifra exigua si tenemos en cuenta que para ese entonces el sueldo de Virrey era de aproximadamente doce mil pesos anuales. Pero Artigas, hombre activo, generoso y desinteresado, permaneció en su puesto, infatigable, al frente de sus blandengues defendiendo la campaña de la Banda Oriental.

Más allá del titulo de “muy fiel y reconquistadora” que recibió Montevideo, había nacido en el Plata la conciencia de su fuerza y el germen de la libertad.


Fuentes:

- Castagnino Leonardo. Artigas. Protector de los Pueblos Libres
- Pereda Setembrino. Artigas. p.62
- Reyes Abadie, Washington. Artigas y el federalismo en el Río de la Plata
- Obras citadas
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar


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Fuente: www.lagazeta.com.ar

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