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LUCIO VICTORIO MANSILLA (1831 1913)

Lucio V.Mandilla a los tres años de edad,     
junto a su Madre Agustina Rosas de Mansilla    
Acuarela de Enrique Pellegrini, 1835     
Museo Histórico Nacional     

Agustina Rosas

(01) Reseña.
(02) La vera efigie de Juan Manuel de Rosas
(03) Fuentes
(04) Artículos relacionados

Reseña biográfica.

Porteño y sobrino de Rosas. Hijo de Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel. Miliar, escritor y diplomático.

Es uno de los prosistas clásicos de la Argentina. Entre sus obras se destacan, “Una excursión a los indios ranqueles” relato autobiográfico donde cuanta la expedición a las tribus indígenas, describiendo con particular colorido numerosos episodios de interés histórico y datos sobre costumbres y supersticiones de las indios y “Rozas, ensayo histórico y sicológico” aparecidos en 1870 y 1898, respectivamente. También dejó entre otras obras “Máximas y pensamientos”.

En 1856 retó a duelo públicamente a José Mármol por haber ofendido a su padre en Amalia.

En 1876 fue Diputado Nacional y buscó oro en el Paraguay. Escribió también Mis Memorias. Infancia Adolescencia, y anteriormente, sus Causeries. Murió en París.

En 1889 dejó este relato sobre Juan Manuel de Rosas

Juan Manuel de Rosas.    

La Vera Efigie de Juan Manuel de Rosas

Mi tío apareció: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla; de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones, de cejas no muy guarnecidas, poco arqueadas, de movilidad difícil, de mirada fuerte, templada por el azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible. Seria cruel, no parecía disimulada aquella cara, tal como a mi se me presentó, tal como ahora la veo, a través de mis reminiscencias infantiles.

Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, o sea su estructura definitiva, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos, y unas manos perfectas como forma, y todo limpio hasta la pulcritud, y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción, y tendréis la vera efigie del hombre que más poder ha tenido en América...

Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad; crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida:

- ¡La bendición, mi tío!

Y él me contestó:

- ¡Dios lo haga bueno sobrino!... sentándose incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo, e insinuándome que me sentara en la silla, que estaba al lado. Nos sentarnos... hubo un momento de pausa; el la interrumpió diciéndome:

- Sobrino, estoy muy contento con usted...

Es de advertir que era de buen signo que Rosas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o que por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo. Yo me encogí de hombros, como todo aquel que no entiende el porqué de un contentamiento.

- Si, pues, - agregó - estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas, que no alcanzaban al suelo, ya le dije) porque me han dicho (y yo había llegado recién el día antes. ¡qué buena no sería su policía!) que usted no ha vuelto agringado...

Este agringado, no tenía la significación vulgar, significaba otra cosa, que yo no había vuelto, y era la verdad, preguntando como tantos tontos que van a Europa baúles y vuelven petacas: ¿ Y coment se llaman éste chose bianqui que ponen las galín?... por no decir huevos, o esta cosa que se ponen en las manos, por no decir guantes...

Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos, que era cosa de taparse las orejas. Yo estaba ufano: no había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío.


Fuentes:

* Chávez Fermín. La vuelta de Don Juan Manuel.
* Chávez Fermín.Diccionario Hirtórico Argentino.

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Fuente: www.lagazeta.com.ar



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