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"CAMPAÑA LIBERTADORA" DE LAVALLE

Gral.Juan Lavalle.    

Gral.Juan Lavalle


01 Los procedimientos
02 La altanería
03 El concepto de San Martín
04 El final de las "hazañas"
05 Fuentes
06 Artículos relacionados


Las hazañas.

En 1839 ya se habían producido el levantamiento de Berón de Astrada, la Revolución del Sur y la conspiración de Maza cuando inició Lavalle su famosa "cruzada libertadora", con la ayuda y bajo la protección de los agentes y marinos de Francia, entonces en guerra con la Confederación Argentina.

Sus procedimientos arbitrarios no habían variado en los diez años transcurridos desde su violento y breve gobierno tras el fusilamiento de Dorrego.

En una proclama a los correntinos les decía que "La hora de la venganza ha sonado; vamos a humillar el orgullo de esos cobardes asesinos. Se engañarían los bárbaros si en su desesperación imploran nuestra clemencia. Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad."

El 2 de diciembre de 1839 le escribía al gobernador correntino Pedro Ferré, diciéndole que "Si el enemigo se acerca, es bueno que se introduzcan hasta Santa Lucía, porque allí los degollaremos a todos sin escapar uno solo”, y el 8 del mismo mes le agregaba que "el general Paz se perdió por no haber querido abandonar las vías legales" y que "el pueblo correntino quiere ser libre, y todos los medios que se adopten para conseguirlo los considera sagrados". Y al final añadía esta significativa postdata: "Espero que Ud. estará tan bueno de salud como yo, para que me ayude a hacer degollar al ejército de Máscara todo entero." (P.Ferré. Memoria, p.518)

Era evidente que el terrible “libertador" venía poseído de la obsesión del degüello, y su aliado Ferré, por otra parte, no le iba en zaga. El 28 de noviembre había lanzado una proclama con esta decamación: “Derramad a torrentes la inhumana sangre, para que esa raza maldita de Dios y de los hombres no tenga sucesión."

Que todo esto no quedaba en simples palabras, lo prueba la siguiente carta de Lavalle a Ferré: "Querido compatriota y amigo: el último párrafo de su carta me ha hecho recorrer mi memoria para buscar un suceso que referirle, y no encuentro otro que el de haber tomado Barboza, hace muchos días, en la inmediación del Sauce, un oficial y cuatro soldados del enemigo, que cruzaban el campo. Mandó aquí uno o dos que eran correntinos, y degolló al oficial con los otros dos o tres." (Aquiles B.Oribe)

El discurso de Lavalle era contradictorio. En su proclama a los entrerianos les decia que “ Olvidados de nuestras opiniones de otros tiempos; no queriendo más principios que los que profesa toda la República; dóciles a las voluntades victoriosas de los pueblos, nosotros venimos a someternos a ellas con honor, y gritar, si es necesario a la paz de la Nación: ¡Viva el Gobierno Republicano Representativo Federal!”

El "ejército libertador" era una verdadera montonera indisciplinada. No había entrado aún en tierra enemiga cuando la soldadesca desenfrenada "empezó a pesar demasiado en las poblaciones de Corrientes, y muy principalmente en Goya y la Esquina, cuyas autoridades recurrieron de ello al gobernador Ferré, que era una sombra de poder. Las tropas del Ejército Libertador, alentadas con la condescendencia de su general en jefe... se entregaban a desórdenes que nadie sino el general Lavalle podía reprimir... y ejercían sobre la propiedad privada graves abusos que desdecían completamente de los principios de la cruzada de redención que proclamaba la revolución." (Adolfo Saldías. Historia de la Cnfederacion Argentina, t.III, p.151)

Del comportamiento del ejército de Lavalle, también nos deja testimonio el general Paz en sus memorias: "En tiempo de la campaña de Entre Ríos – dice Paz -, y juzgo que lo mismo fue después, no se pasaba lista, no se hacía ejercicio periódicamente, no se daban revistas. Los soldados no necesitaban licencia para ausentarse por ocho o por quince días, y lo peor es que estas ausencias no eran inocentes, sino que las hacían para ir a merodear y a devastar el país”. (General Paz, Memorias, t.II, p.469)

El coronel Martiniano Chilavert, unitario en aquel entonces, le escribe al Dr. Francisco Pico: "...le agregaré que el ejército libertador va a asolar este país. Rodeos enteros desaparecen por el desorden con que se carnea. ¡A los Molinas, padre e hijo, les carnearon 2200 reses en seis días! Nada se respeta: las manadas de yeguas, las crías de mulas se destrozan para hacer botas." (Adolfo Saldías. Ob.cit. t.II, p.151)

Chilavert, harto al fin, se retira de la facción unitaria: "He tenido que abandonar las filas del ejército libertador", le vuelve a escribir al doctor Pico, y añade: "El general Lavalle tiene un orgullo infernal y es más déspota que Rosas. Bien convencido estoy que para Lavalle no hay patria: no habrá sino males, y más espantosos que los causados por Rosas, porque sus propensiones son peores que las de aquél." (Ernesto Quesada. Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado)

Poco a poco se van retirando varios jefes descontentos: Montero, Paz, Elía, Vega, Pueyrredón, Salvadores, Pieres, Méndez y muchos otros.

Mientras el desorden, la indisciplina y las injusticias imperaban en el “ejército libertador” de Lavalle, en los ejércitos de Rosas había orden y disciplina y estaban al mando de jefes distinguidos, como Mansilla, Pacheco, Oribe, Rolón, Corvalán, Granada y tantos otros. "El dictador Rosas -dice el acérrimo unitario Andrés Lamas- ha verificado un cambio profundo en la guerra de estos países; él ha comprendido la superioridad incontestable de las tropas regladas y de la guerra regular, y, aunque incapaz de hacerla por sí mismo, ha tenido el buen sentido de intentarlo por todos los medios que han estado a su alcance." (Ernesto Quesada, Lamadrid y la coalición del norte, p.153).

Si los mismos unitarios abandonaban a Lavalle debido a sus excesos, era lógico que el "ejército libertador" no consiguiera despertar en la campaña de Buenos Aires el entusiasmo por esa "libertad" que se le ofrecía en la punta de una lanza teñida en sangre.

Lo confiesa uno de sus jefes, el coronel Elía, edecán de Lavalle: "En esta oportunidad - escribe - conoció todo el ejército la obcecación de los hombres que servían al tirano, pues a pesar de haber sido completamente destruidos los cuerpos que se habían atrevido a presentársele, no hubo uno solo que buscase su reunión con los libres." (Elía. Memoria histórica, t.VIII, p.366). Más aún: lo confiesa el propio Lavalle, en carta a su esposa: "No he encontrado más allá sino hordas de esclavos, tan envilecidos como cobardes y muy contentos con sus cadenas... No concibas muchas esperanzas, porque el hecho es que los de éste ejército no hacen conquistas sino entre la gente que habla; la que no habla y pelea nos es contraria y nos hostiliza como puede. Éste es el secreto origen de tantas y tan engañosas ilusiones sobre el poder de Rosas, que nadie conoce hoy como yo." Habla de abrazarla pronto. "Ya no dudo de que así será, porque en estas tierras de m ... no hay quien me mate, gracias al terror que inspiramos." (Manuel Galvez. Vida de don Juan Manuel de Rosas, p.382)

Tal es el estado de ánimo de Lavalle cuando se retira de Merlo sin atreverse a atacar a Buenos Aires. Un inmenso desengaño y una inmensa amargura, traducidos en insaciable deseo de venganza contra el pueblo argentino que había permanecido fiel a Rosas.

El desenfreno de Lavalle era tal, que ni siquiera moderó sus métodos con algunos “pasados” a su ejército, como con el baqueano Viana, que fue fusilado (Urbano de Iriondoo. Apuntes para la historia de Santa Fe) , o con el Capitán Rodríguez, que entró a San Pedro con bandera de parlamento, pero fue fusilado. (Ernesto Quesada. Ob.cit., p.88)

El unitario Villafañe dice que al pedirle a Lavalle un poco de disciplina en su ejército, recibió la siguiente respuesta: "Disciplina, dice Ud. ¡Orden y piedad para Rosas y los suyos! ¿Y sabe cuáles son los suyos? No son solamente Oribe, Pacheco y Lagos; son todos esos cobardes que se dicen sus enemigos y que, sin embargo, autorizan con su inmovilidad y silencio las atrocidades del bárbaro que los azota y humilla. ¡Disciplina en nuestros soldados! ¡No! ¿Quieren matar? ¡Déjelos que maten! ¿Quieren robar? ¡Déjelos que roben!" (Villafañe. Reminiscencias históricas de un patriota, p.164)

La ciudad de Santa Fe, después de caer en manos de Lavalle, fue saqueada durante mes y medio por más de mil soldados "libertadores", que "no volvieron al ejército sino después de cincuenta días de desorden, borrachera y escándalos" (Cervera. Historia de Santa Fe, t.II.p.8199)

Los mismos hechos se repitieron en cada pueblo que tuvo la desgracia de encontrarse en el camino de Lavalle durante su trágica retirada. "De las fuerzas libertadoras del general Lavalle -dice Antonio Díaz- penetró una columna en el pueblo de Loreto, provincia de Santiago, y, después de entregarlo a saco, los asaltantes de aquella población indefensa cometieron las tropelías más inauditas con las mujeres, persiguiendo y lanceando a los vecinos hasta en el interior de sus casas. Aquella población quedó desierta por muchos días; sus habitantes habían huido a las breñas y bosques de la comarca." (Antonio Díaz. Historia política y militar de los gobiernos del Plata)

También nos deja su impresión Villafañe: “La licencia de sus tropas en ese retroceso fue espantosa” (Reminiscencias, p.162) y Norberto Dávila desde Tucumán escribía: “A Lavalle lo han asesinado después que su ejército ha asolado todas las provincias”. Y esto no es invento de los revisonistas, sino testimonio de los propios partidarios. Así libertaba el "Ejército Libertador".

El encarnizado antirosista Rivera Indarte, dedicado a recopilar y exagerar los excesos del régimen rosista para horrorizar al mundo, no dio sin embargo cabida en sus páginas a los hombres degollados, las mujeres violadas, los campos talados, todos los excesos cometidos por los unitarios entre los pobres paisanos de las provincias. En sus Tablas de Sangre le fue fácil decir quiénes fueron los veinte o treinta ciudadanos "de copete" - como se decía entonces - degollados en Buenos Aires en octubre del año 40, pero lo fue imposible llevar la cuenta de los centenares de criollos del interior asesinados a mansalva por los soldados de un general que había transformado en odio la amargura de su fracaso. (Ernesto Quesada. Lamadrid y la coalición del Norte)


La altanería de Lavalle

El proceder de Lavalle quedó demostrado también por los fusilamientos que ordenó durante su trágica retirada. Primero fueron el general Garzón, el gobernador Méndez y los jefes y oficiales prisioneros al capitular Santa Fe. Se habían rendido con garantía de la vida, lo que no impidió que Lavalle, ante un pedido de sus oficiales, respondiese: “Sí, señores; los prisioneros serán fusilados”, como lo narra su propio edecán, el coronel Elía. (Episodios de la guerra civil. Revista del Paraná, t.I.p.316) La sentencia no se cumplió, porque alguien hizo notar que causaría mala impresión en la Banda Oriental, dada la nacionalidad uruguaya del general Garzón. Pero lo cierto es que Lavalle dispuso el fusilamiento, y no que rechazó la idea con aquellas palabras que pone en su boca la leyenda unitaria: "¡Aun tengo sobre mi corazón la muerte de Dorrego!"

En realidad, Lavalle no demuestra arrepentimiento, sino jactancia y altanería. A su paso por Catamarca, amenazó al gobernador José Luis Cano: "No, será el primer gobernador que yo fusile." (Ernesto Quesada. Pacheco y la campaña de Cuyo, p.47)

Efectivamente, Dorrego no fue el último gobernador fusilado por Lavalle. Poco después había de hacer pasar por las armas al ex-gobernador Villafañe, de La Rioja. El hecho ocurre en el pueblo de Anjullon. No es sólo Villafañe el sentenciado. También lo son Franco, Guerrero y fray Nicolás Aldazor. Este último, famoso orador y maestro de teología, había sido enviado por Rosas como emisario de paz, pero Brizuela lo aprisiona y lo entrega a Lavalle, quien dispone su muerte "dentro de un cuarto de hora". La sentencia va a cumplirse. Un distinguido vecino de Córdoba, don José Fermín Soaje, logra convencer a Lavalle de que con la muerte del fraíle sólo logrará horrorizar a los religiosos habitantes del interior , y Aldazor es separado a último momento del grupo de los sentenciados. Los otros dos son fusilados en el acto, ante la presencia de Aldazor. (Zinny, Historia de los gobernadores, t.IV, p.259 y César Carrizo, Estampas de la guerra civil, La Nación, 8 de enero de 1939)

Continúa Lavalle su vengativa retirada y llega a Salta. Ya desde Tucumán había escrito a don Dionisio Puch la siguiente carta:

"Mi estimado compatriota: Con esta fecha escribo a Ud. oficialmente, ordenándole haga pasar inmediatamente por las armas a los señores Boedo, Pereda y Chaves, por conspiradores contra el gobierno de esa provincia. Esta carta tiene el objeto de suplicar a Ud. se resuelva a dar ese golpe de energía. De lo contrario, no podremos asegurar nuestra base y la dejaríamos expuesta a la contrarrevolución. De lo contrario, no podremos concurrir con nuestros elementos en apoyo del Segundo Ejército Libertador y del poder del Oriente, que lucha de cerca contra la tiranía, y las traiciones se repetirían todos los días, alentados sus cómplices con la impunidad. El escarmiento ejemplar de los malvados Boedo, Pereda y Chaves advertirá a los que quieran imitar su conducta que sabemos castigar crímenes semejantes; y no dude Ud. que esa provincia quedará perfectamente asegurada, desde que se castiguen con severidad los atentados contra su libertad." (Bernardo Frías. Tradiciones históricas, p.255)

Dionisio Puch no cumple la orden, pero tampoco se anima a oponerse al iracundo jefe, y opta por quedarse con Chaves y remitirle los otros dos prisioneros, para que haga con ellos justicia, lavándose él las manos. Lavalle, no bien los recibe, los hace fusilar por su orden, en Metán.

En lo que se refiere a la muerte de Pereda, la tradición salteña recuerda que la madre de dicho coronel, doña Nicolasa Boedo, ofreció un elevado rescate, que Lavalle aceptó, y para pagarlo hubo de vender cuanto tenía. Cuando Lavalle recibió el dinero, dio la contraorden, pero demasiado tarde, a pesar de lo cual se quedó con el dinero, según lo afirma la tradición salteña.(Berardo Frías, Tradiciones históricas, p.255) No nos sorprendería mucho tal actitud por parte de quien, antes de dejar el gobierno en el año 29, distribuyó entre sus oficiales 275.000 pesos del tesoro público, "teniendo en vista la necesidad ,de ponerlos a cubierto de los sucesos venideros", según reza el decreto. (Paul Groussac, Estudios de Historia Argentina, p.205)


El concepto de San Martín

Lavalle, a quién la historia oficial pinta como un honorable militar que se sintió arrepentido por el “error” de fusilar a Dorrego, no detuvo su sangrienta campaña ni aún después de ser derrotado y que se la haya ofrecido la Paz después de la convención Arana-Mackau. “La guerra civil pudo y debió haber terminado allí” –dice Quesada. Pero la conducta de Lavalle, a quien Echeverría llamó “la espada sin cabeza”, tiene una continuidad histórica. Si bien el General San Martín, reconocía en Lavalle una gran valentía, durante su frustrado regreso, al enterarse del fusilamiento de Dorrego en al año 1828, deja sobre Lavalle un juicio lapidario:

“Sería un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hay alguno, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he fusilado de lástima cuanto estaban a mis órdenes en Chile y en Perú…son muchachos sin juicio, hombres desalmados…” (García Mellid, Atilio. “Proceso al liberalismo argentino”. Edit. Theoría. 1988)


El final de las hazañas

Juan Manuel de Rosas.    

Juan Manuel de Rosas

Rosas dirá con picardía: “Los unitarios son muy rudos; ellos ven que a la mulita se la debe agarrar por al cabeza y no por el rabo”.

Rosas terminaría con las hazañas de Lavalle, “tomándolo por el rabo”.


Fuentes:

- Ezcurra Medrano. Las otras tablas de sangre. Edit. Haz. 1953
- Obras citadas
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar


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- San Martin y Rosas
- Complot unitario de 1833
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- Rivera Indarte
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Fuente: www.lagazeta.com.ar



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