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CAUDILLOS FEDERALES

Gauchos Federales.    

(01) Los que hicieron la Patria
(02) Los falsificadores de la historia
(03) José G.de Artigas
(04) Francisco Ramirez
(05) Estanislao López
(06) Facundo Quiroga
(07) Manuel Oribe
(08) San Martín
(09) La verdad siempre triunfa
(10) Fuentes
(11) Artículos realacionados


Aire de triunfo macho
Roberto Rimoldi Fraga



Los que hicieron la Patria

“La Federación ha salido del gaucho, del rancho, del aislamiento de la provincia, de la barbare; pero tenía una base poderosa y duradera: el pueblo...Cada provincia interior se reconcentró en si misma, y al fin se fueron creando relaciones por la guerra, por las alianzas de los caudillos, por los tratados, etc…por Rosas, en fin, que reincorporó a la Nación…” (Carta de Sarmiento a don Manuel García. Nueva York, 16 de enero de 1866) (AGM. p.151.Proceso al liberalismo argentino.)

Nuestros caudillos pertenecen a esa estirpe de recios varones que tienen el mando de la historia, surgieron como un símbolo de la voluntad indomable de una muchedumbre que sentía latir el sentimiento de la patria, pero carecía de mentores, de ejércitos y de disciplina.

...gentes rústicas de las campañas, que huelen a pastos frescos y en cuyas manos leñosas se grabaron las fatigas de las largas jornadas en que sirvieron a la patria con decisión ejemplar. Son estas las gentes que sostienen y siguen a los "bárbaros" caudillos, transformándolos en figuras poderosas, que polarizan e interpretan el destino colectivo. Los teóricos y doctrinarios urbanos, que quieren imponer su ley despótica a las masas rurales, no pueden ocultar el resentimiento que les suscita ver al caudillo instalado en el punto más alto de la espiritualidad popular y señalado como vocero legítimo de sus aspiraciones. ¡Ah!, no; de este crimen hay que purgar a la República y para ello lo primero que hay que hacer es enterrar históricamente a todos los que de alguna manera se hacen el centro de su pueblo y de su estirpe.

“Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución: son sus primeros soldados” (Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Jackson, Inc. Buenos Aires) (AGM-PLA.p.165)




Los falsificadores de la historia

Bartolomé Mitre.    

Si a la política liberal y a los métodos aplicados por la oligarquía porteña los despojamos de los falsos emblemas con que trataron de cubrirse, todo el aparato de la historia "oficial" se desmorona porque su prosperidad se asienta en la proclamación de que tales sectores representan los elementos de la civilización y del progreso en lucha con las fuerzas retrógradas de la anarquía` y la barbarie. Exponentes, según dicen, del refinamiento v de las luces, tocóles desempeñarse en un medio inculto y rudimentario en el cual la sombra terrible de los caudillos se proyectaba sobre un fondo tenebroso de montoneras.

Ellos afrontaron con sin igual energía una contienda en la que llevaban siempre las de perder, pues al sistema de pulcra tolerancia que preconizaban, sus adversarios oponían los peores procedimientos de terror y de exterminio Fueron héroes en el sentido más impar de la palabra: por sus hazañas y sus virtudes, sobrellevadas ambas con la entereza de los más ilustres varones de la epopeya. El país debe agradecerles el tesón con que arrostraron todos los peligros mantuvieron encendida la guerra civil, convocaron una otra vez en su auxilio a las potencias extranjeras, aniquilaron a miles y miles de paisanos "alzados" y por último cerraron a las masas rústicas el camino de la legalidad que les habría permitido echar por tierra el edificio de los grandes principios liberales que tan dolorosamente construyeron. Si no fuera por la increíble fortaleza con que una tan ínfima minoría se enfrentó con la con la corriente de los instintos populares, la República Argentina seguiría conmovida por ese "avispero" de hombres incultos que bullía en las soledades agrestes de Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental'', según lo advirtió el fino y erudito historiador Vicente Fidel López (Hist. de la Rep. Argentina).

El esquema sarmientino de "civilización o barbarie" es una síntesis preciosa, que guarda todo el secreto de esta historia. Porque si se comprobara su falacia, si llegara a establecerse que los "bárbaros" no eran los bárbaros y que los "civilizadores" no tenían ni pizca de civilizados, la historia oficial se derrumbaría como una casa de papel y buena parte de los próceres quedarían a la intemperie. Este desbarajuste nos obligaría a repensar toda la historia argentina, y perecería esta novela histórica, de ángeles y pistoleros, que sirvió para humillar a la Nación v descalificar al pueblo.

El general Mitre, pontífice máximo del fraude histórico que todavía tiene prosélitos, no ocultó la abominación que sentía por "los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente" (Carta de Mitre a V. F. López. - Cfr. V. F. López: Manual de Historia Argentina. Buenos Aires, 1920).

Es ésta la confesión de los desafectos y repulsiones que movieron a los entierros históricos practicados por los liberales. Pero su lógica tenían: Artigas y todos los caudillos populares surgieron como encarnación del sentimiento de libertad que insurreccionaba a los pueblos contra los planes absolutistas del "partido porteño", centralista y portuario. No podían encargarse de su vindicación quienes militaban en la opuesta trinchera. Mitre captó el fenómeno y trató de explicarlo a su modo: "El instinto popular escribió dirigía aquellas masas conmovidas por el soplo revolucionario, y de su seno surgían caudillos que se disputaban la supremacía sin tener ninguno de ellos la capacidad ni la energía suficientes para dominarlas. De esa revolución debía nacer el caudillaje y la anarquía" (B. Mitre: Hist. de Be1grano)

En este párrafo está toda la trampa de la historia falsificada; pues ni los caudillos disputaban entre sí ninguna supremacía, ni podía achacárseles, precisamente, falta de energía, ni era lícito atribuirles la inestabilidad y la anarquía que desencadenaron las facciones porteñas. Pero Mitre, Sarmiento y toda la escuela histórica liberal tenían que sustentar una tesis que aplacara sus remordimientos y les abriera una vía decorosa hacia la posteridad. Ellos necesitaban convencerse, antes que convencer, de que en verdad representaban un principio superior, una forma de excelencia a la que no estaban dispuestos a renunciar, aunque el pueblo bárbaro e indomeñable los repudiara.

D.F.Sarmiento.    

No se renuncia decía - Sarmiento - porque los pueblos en masa nos den la espalda a cansa de que nuestras miserias y nuestras grandezas están demasiado lejos de su vista para que alcancen a conmoverlos" (D. F. Sarmiento: Civilización i Barbarie).

Sí, demasiado lejos y demasiado elevadas para que los pueblos alcanzaran a comprenderlas; ¿es que podría ensayarse una explicación más confortadora?

Pero la confortación de quienes perdieron el rumbo en los entre veros de una historia que no supieron descifrar, obliga a la condenación de los pueblos que en masa les volvieron la espalda. Esto no podemos admitirlo ni por conciliación ni por debilidad. En la formulación de este falso esquema, Sarmiento puso esa impetuosidad de que lo dotaba su soberbia intelectual. Se consideraba un predestinado para la grande obra de desmoronar la civilización auténtica de las campañas y reemplazarla por las formas importadas y postizas de una falsa civilización. Odiaba a la pampa sin haberla visto; se entretuvo en pintarla en su Facundo sin haber asomado las narices a sus praderas ubérrimas en un discurso que pronunció en Chivilcoy, en 1868, confesó: "Yo había descripto la pampa sin haberla visto, en un libro que ha vivido por esa sola descripción geográfica” (La Nación Argentina, año VII n° 223. Buenos Aires, 4 de octubre de 1868).

No conocía ni entendía a lo que odiaba; tenía la vaga sensación de que en sus vastas extensiones se generaban eso, hombres de brava estampa –los caudillos- que amenazaban a la civilización. Pero ¿a cual civilización? A la que Sarmiento concebía como plasmación sobre el alma del terruño, de moldes foráneos que rendían frutos benéficos en otras latitudes, climas y sociedades de un grado de evolución muy diferente.

“Sin eso - exclamaba en 1884, en un discurso pronunciado en Chile - , puede hacerse de quichuas, rotos y de rotos, caudillos bárbaros, como hicimos de Quiroga, de López, de Ibarra, de Rosas, nosotros" (Sarmiento Discurso en Chile. 5 de abril de 1884. Obras Completas XXII. 7)

Arremetía Sarmiento contra los gauchos, que "viven en la civilización del cuero", y consideraba a los caudillos como "frutos naturales del desierto" (Ibídem)

Nada más falso que esta versión de los caudillos que nos legó Sarmiento v que luego convirtió en dogma la escuela liberal. No fueron los caudillos rústicos ignorantes ni bárbaros.

Algunos como Quiroga, Bustos o Heredia, pertenecían a encumbradas familias de rancio abolengo. Casi todos fueron hacendados de muy holgada posición. Se contaban entre sus partidarios, no sólo las masas bravías, sino los elementos más cultos clérigos y juristas de sus respectivas provincias. Los escritos que llevan sus firmas especialmente los de Artigas López y Quiroga, constituyen piezas de sólida doctrina y de muy seria ilustración. Aldao, Güemes Bustos, Heredia fueron guerreros insignes en los ejércitos de la Independencia. Ibarra y Estanislao López fueron vanguardias de la civilidad en la lucha contra el indio. Quiroga fue soldado de San Martín y Bustos de Belgrano Heredia había realizado estudios superiores en la Universidad de Córdoba, recibiendo las orlas de doctor en teología y derecho. Don Juan Manuel de Rosas pertenecía a familia principal, era estanciero y hacendado, figuró como precursor de la industria saladeril y exhibía dotes de inteligencia que destacaban su poderosa personalidad.

Rivadavia.    

Todo esto lo saben los que estudiaron con un poco de objetividad la vida de estos hombres. Alberdi, curado de sus errores y contemplando en perspectiva, desde París, las cosas de la tierra natal, pudo escribir: "Artígas, López, Güemes, Quiroga, Rozas, Peñaloza como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finanzas, sin recursos, ellos flan arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Aparecen con la revolución americana son sus primeros soldados" (J. B. Alberdi: Grandes y pequeños hombres)

Sarmiento tenía la obsesión de los caudillos v fraguó páginas desdorosas para pulverizarlos. Al fray Aldao y el Chacho (como les llamaba) les dedicó sendos trabajos, que integran su libro Los Caudillos (Sarmiento: Las caudillos. Colec. Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Al. Jackson, Inc. Buenos Aires, s/f.) al general Quiroga lo aplastó con la imponente montaña de su Facundo (Sarmiento: Civilización i Barbarie)

Pero, según dice el proverbio español, no se puede tapar el cielo con un harnero, y a Sarmiento se le escaparon frases que son la justificación y apología aquellos mismos a quienes quiso destruir. ¿Qué mayor alabanza puede hacerse, de un conductor que considerarle símbolo y cifra de una época de la historia? Pues de tal debió reconocer a Facundo, "expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones e instintos". Facundo, agregó “es el personaje histórico más singular, más notable, que puede presentarse a la contemplación de los hombres" porque "un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia" (Ibidem) ¿No se ve claro que cuando se trata de deslucir a los caudillos, lo que en verdad se hace es agraviar a la patria que los generó como expresión fiel de su naturaleza y de su ser?


José Gervasio de Artigas

Jose Gervacio de Artigas.    

Artigas fue el que primero concitó los odios de los civilizadores apoderados del puerto de Buenos Aires. Le persiguieron con saña le difamaron y no acallaron sus diatribas ni siquiera sobre su sepulcro abierto en el exilio.

Sarmiento, todavía en 1866, hablando del general Peñaloza, decía: "Era como las goteras del tejado, después que la lluvia cesa, la última manifestación del fermento que introdujeron, Artigas a la margen de los ríos, Quiroga a la falda de los Andes el uno desmembró el Virreinato, el otro inutilizó el esfuerzo de Ituzaingó..." (Sarmiento: Los caudillos)

Era tanto como retomar los juicios emitidos en 1845, en que lo hacía aparecer como "instrumento ciego, pero lleno de vida, de instintos hostiles a la civilización europea y a toda organización regular", valiéndose para ello de la "ferocidad brutal y el espíritu terrorista" (Sarmiento: Civilización i Barbarie)

Mitre no se manifestó menos agresivo, confundiendo en la injuria al caudillo y su pueblo: "Al frente de este elemento escribió en la Historia de Be1grano se pusieron caudillos obscuros, caracteres viriles fortalecidos en las fatigas campestres, acostumbrados al desorden y a la sangre, sin nociones morales, rebeldes a la disciplina de la vida civil, que acaudillaron aquellos instrumentos enérgicos y brutales que rayaban en el fanatismo. Artigas fue su encarnación: imagen y semejanza de la democracia bárbara, el pueblo adoró en él su propia hechura, y muchas inteligencias se prostituyeron a la barbarie ..."( Mitre: Hist. de Belgrano) ¡Linda manera de expedirse tenía el abanderado del partido liberal! Olvidaba que la Junta de Mayo, según el Plan secreto de Mariano Moreno, puso especial empeño en atraerse a Artigas junto con Rondeau, "por sus conocimientos que nos consta son muy extensos en la campaña como por sus talentos, opinión, concepto y respeto” (Plan de Mariano Moreno jurado por la junta de Mayo el 30 de agosto de 1810. Copia hallada en el Archivo de Indias de Sevilla por el doctor Norberto Piñero (Escritos de Mariano Moreno. Edic. del Ateneo. Bs. Aires, 1896)

Los forjadores del centralismo porteño y propugnadores del despotismo ilustrado, no le perdonaban a Artigas la reciedumbre con que empuñó la bandera del federalismo. Él interpretó el anhelo de los pueblos que se sentían despreciados y acosados por la oligarquía porteña; ésta procedía a someter las rebeldías autonómicas por medio de expediciones punitivas, que maltrataban y saqueaban a las poblaciones, o por mano de lugartenientes sumisos, que desconocían la voluntad de las masas y usurpaban su legítima representación. Artigas fue un precursor esclarecido de las ideas federales y elaboró magníficos conceptos sobre la libertad y dignidad indeclinables de los pueblos que integraban las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El pacto que firmó con Rondeau, el 19 de abril de 18 13, constituye una pieza magistral, tanto por su elevado tono cuanto por la firme doctrina que sustenta. En este, como en todas las convenciones o acuerdos en que participó, siempre estuvo presente el supremo interés de los pueblos y una como profética visión de lo que sería la patria común si se la organizaba de acuerdo a las recónditas esperanzas de sus hijos. "Todo lo que en los pueblos americanos es embrión raíz, palpitación anímica - escribió Zorrilla de San Martín - , todo está en Artigas armonizado, como en ninguno de los héroes de la gesta latina, con la ingenua profundidad de lo no aprendido" (Juan Zorrilla de San Martín: La epopeya de Artigas, 2 vols. 24 ed. Luis Gili Librero Editor. Barcelona, 1916.17.)

La primera falta que se le imputó, desde este lado del Plata, fue la de sus andanzas juveniles como contrabandista. La acusación prosperó y se la reproducía en cuanto periódico o panfleto se lanzaba contra el caudillo oriental. Mitre le dio alas a la noticia, con esa su sin par autoridad de historiador profesional: "A los 18 años de edad abandonó clandestinamente la casa paterna y se unió a una partida contrabandista" (Mariano de Vedia y Mitre: El manuscrito de Mitre sobre Artigas. Libr. y Edit, La Facultad. Buenos Aires, 1937.)

La verdad era justamente la contraria; refiriéndose a esta circunstancia, su sobrina doña Josefa Ravía, le escribía a don Justo Maeso: "Es una calumnia el que tío Pepe haya hecho parte de una sola de tales cuadrillas de contrabandistas, siendo por el contrario uno de los primeros orientales que las combatieron". Recuérdese que Artigas pertenecía desde su creación, en 1796, al cuerpo de Blandengues; el virrey interino don Antonio Olaguer y Feliú, le comisionó, en 1797, "perseguir y aprehender a los ladrones y vagabundos o indios infieles que perturban la campaña".

En premio a la eficacia de la labor desplegada, se le acordaron los despachos de capitán de caballería de Montevideo. Producida la revolución de Mayo, no tuvo otro pensamiento que incorporarse a las filas patriotas; se evadió con tal objeto de la Colonia del Sacramento, en la que prestaba servicios, el 15 de febrero de 1811. En el parte oficial que don Rafael Zufriategui remitió a las Cortes comunicando su deserción, se destacaba "su exactísimo desempeño en todas clases de servicios, pero muy particularmente...en la persecución de vagos, ladrones, contrabandistas e indios charrúas...minuanes que infestan y causan males irreparables" (Exposición del 4 de agosto de 1811. (Cfr. Hugo Barbagelata: Artigas y la rcvolución aincricana. Libr. Saul Ollendorf. París, 1914.)

Esta es la fidelidad con que escribieron la historia de los "bárbaros caudillos" los "ilustres civilizadores"!

El jefe oriental, que al decir de Mitre carecía de "nociones morales", tenía como asesores a notables figuras del clero, como Larraniaga, Monterroso y Barreyro que influyeron poderosamente en su formación espiritual, el cura vicario de Colonia, doctor Enrique Peña y el capellán de la división Florida, doctor Santiago Figueredo, que luego pasó a Buenos Aires y desempeñó altísimas funciones.

La cobardía y mala fe de las clases dirigentes de Buenos Aires no ahorró calumnia contra su persona, llegando a declararle criminal (Bando del Cabildo de Buenos Aires. 5 de abril de 1815). Ha de ser la voz imparcial de un extranjero ilustre, el mexicano don Carlos Pereyra, el que comente: "¿Quién impide que el Río de la Plata se pierda y quede señoreado por un enemigo? Artigas. Sin embargo, Artigas es un criminal. ¡Un criminal porque no trata con los portugueses! Un criminal porque el instinto y el sentimiento le indican el camino de la organización..." (Carlos Pereyra: El pensa7niento político de Alberdi. Edit. América; Bibl. Andrés Bello. Madrid, 1911.)

Los pueblos no compartían el juicio de los perturbadores porteños. Cuando en 1814, Córdoba expulsó al gobernador impuesto por la metrópoli, general Ortiz de Ocampo, haciéndose cargo del poder el, coronel José Javier Díaz, la provincia se sumó al sistema federal y le envió una espada de honor con la inscripción: "Córdoba, en sus primeros ensayos, a su Protector inmortal general don José Artigas" (Antonio Zinny: Historia de los Gobernadores de las provincias argentinas; 5 vols, Ed. Casavalle. Buenos Aires, 1879 82.) Su denodada acción en favor de la autonomía de los Estados, generalizó el título de "Protector y Patrono de la libertad de los pueblos"; el Cabildo de Montevideo le otorgó esta dignidad en 1815. Artigas respondió: "Los títulos son los fantasmas de los Estados, y sobra a esa ilustre corporación tener la gloria de sostener su libertad. Enseñemos a los pueblos a ser virtuosos. Por lo mismo, he conservado hasta el presente el título de un simple ciudadano, sin aceptar la honra con que me distinguió el Cabildo.” (Carta de Artigas, al Muy Ilustre Cabildo de Montevideo. Purificación, 24 de febrero de 1816.)

Los vástagos de la vid (o sarmientos, según reza el diccionario) seguirán acusándole, no obstante, de ambicioso, terrorista y feroz; dirán, inclusive, que utilizaba en su propio beneficio las rentas de la provincia Oriental. No empecerá a los calumniadores la pobreza franciscana en que se desenvolvía su vida; en 1815 su mujer y su hijo se hallaban en Canelones faltándoles hasta lo más indispensable. El Cabildo de Montevideo le ofreció entonces una casa en la ciudad, hacerse cargo de la educación del niño y destinarle la suma de cien pesos mensuales. Sabedor de ello, Artigas se apresuró a escribir a la muy ilustre corporación: "Doy a V.S. las gracias por tan grato recuerdo. Sin embargo, yo conozco mejor que nadie las urgencias de la Provincia, y sin hacerme traición a la nobleza de mi sentimiento, jamás podría consentir esa exorbitancia. . . ". Aceptaba únicamente la educación del hijo y cincuenta pesos para la subsistencia de la familia", agregando "Aún esta erogación (créamelo V.S.) la hubiese ahorrado a nuestro Estado naciente, si mis facultades bastasen a sostener aquella obligación. Pero no ignora V.S. mi indigencia, y en obsequio de mi Patria, ella me empeña a no ser gravoso, y sí agradecido" (Carta de Artigas al Cabildo de Montevideo. Paysandú, 31 de julio de 1815.) Así, con sobriedad republicana, se expedían y actuaban los "bárbaros caudillos"; ¿podría decirse lo mismo de los "próceres" de la oligarquía?

Cuando Estanislao López, gobernador de Santa Fe, y Ramírez, "representante de S.E. el jefe de los Orientales", suscribieron con Sarratea éste en nombre de Buenos Aires el Tratado del Pilar, en 1820, se lo dejó abierto a la adhesión de Artigas, para que, si fuera de su agrado, "entable desde luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas se miraría como un dichoso acontecimiento” (Tratado de Pilar: Art. 109. 23 de febrero de 1820.)

El tratado no satisfacía las miras de Artigas, que reclamaba el aplastamiento del partido porteño "para que no vuelva a dar trabajo".

Ramírez tuvo inspiraciones diferentes y pensó que podía arribarse a una solución de concordia nacional fiándose en las promesas de los hombres de Buenos Aires. Sin desconocer las patrióticas intenciones del caudillo entrerríano, es evidente que los hechos le dieron la razón a Artigas, pues el partido porteño siguió maniobrando e intrigando, hasta sacar de su entraña, una vez más, al inefable señor Rivadavia, enterrador profesional de toda idea de federación.

Con toda justicia, antes de abrirse las hostilidades entre los dos recios caudillos del litoral, Artigas le decía a Ramírez, refiriéndose a la convención firmada: "Si era tan ajustada a los principios del bien general no debían haberse presentado en Buenos Aires los desastres y convulsiones que ha sufrido; los resultados mismos han manifestado que no fue tan injusta mi repulsa contra la pretendida unión..."

En la dura polémica epistolar que ambos mantuvieron a continuación, Artigas expuso poderosas razones para oponerse a lo actuado: "No es menos crimen sostenía haber hecho ese vil tratado sin obligar a Buenos Aires a que declare la guerra a los portugueses y entregar al jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres fuerzas y recursos suficientes para que pudiese llevar esa guerra y arrojar del país al enemigo". Ramírez repuso que, "si en Buenos Aires han aparecido convulsiones después de celebrada, es porque la perfección de un cambio político no es cuestión del momento, sino obra del tiempo, de la fuerza y del convencimiento".

En cuanto a la guerra que la Banda Oriental sostenía contra los portugueses, sin la menor ayuda de Buenos Aires, preguntaba: "¿Cuál es la fuerza efectiva y los recursos de que dispone Buenos Aires y las demás provincias para hacer la guerra? ¿Cuál la reciprocidad de intereses para hacerla de inmediato, desviando la atención del objeto principal de asegurar el orden interno y consolidar la libertad? ¿Cree V.E. que por restítuirle una provincia que ha perdido han de exponerse inoportunamente todas las demás?" (Cfr. M. G. Calvento: Estudios de la historia de Entre Ríos).

Es innegable que la influencia nociva del partido porteño había desviado el recto juicio del caudillo entrerriano, con lo que quedó labrada, al mismo tiempo, la desgracia de los dos recios combatientes del federalismo.

Las desinteligencias derivaron hacia las hostilidades abiertas; Ramírez logró, en la batalla del arroyo Las Tunas, junto a Paraná, el 24 de junio, y de Abalos, en la provincia de Corrientes, el 24 de julio, destrozar a los efectivos de Artigas. Este debió refugiarse en el Paraguay, al que penetró el 23 de setiembre de 1820. Nunca más volvería al escenario de sus hazañas.

El dictador Francia le prestó la hospitalidad y amparo de que es capaz el Paraguay, dentro de cuyos límites murió, el 23 de setiembre de 1850, a los treinta años justos de haber arribado a aquella Nación. Tenía 85 años de edad. Sobre su vida en el destierro, el cura de San Borja, Juan Pedro Gay, dijo que "en la tranquilidad de su retiro, se mostró trabajador y humano; cultivó su chacra, fue el padre de los pobres de su distrito y sirvió de ejemplo a todos por su excelente conducta" (Joao Pedro Gay: Historia da República jesuítica do Paraguay. Río de Janeiro, 1863)

Mitre, sin embargo, repetirá sus tremendas acusaciones y la sombra de un caudillo feroz, "acostumbrado al desorden y a la sangre", se seguirá proyectando sobre el Río de la Plata ...

Caudillos como Artigas surgían de la entraña misma del pueblo: eran su encarnación, su mito y su vigía. Todo lo que tiene de grande nuestra historia fue amasado por esas imponentes concentraciones humanas a cuyo frente se ponía un verdadero conductor, uno de esos individuos de vocación histórica, que al decir de Spengler, son “el elemento actuante de una multitud y elevan la forma interna de la propia persona a forma de pueblos enteros y de épocas enteras” (Oswald Spengler: La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal. 4 vols. Trad. del alemán por Manuel G. Morente. Ed, Calpe; Bibl. de Ideas del Siglo XX. Madrid, 1923)

Nuestros caudillos pertenecen a esa estirpe de recios varones que tienen el mando de la historia, surgieron como un símbolo de la voluntad indomable de una muchedumbre que sentía latir el sentimiento de la patria, pero carecía de mentores, de ejércitos y de disciplina.

De aquí la razón de la montonera; Alberdi lo comprendió y dijo palabras definitivas: "No teniendo militares en regla escribió, se daban jefes nuevos, sacados de su seno. Como todos los populares, eran simples paisanos las más veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina militar. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuerte del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la independencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudíllos; elementos de la guerra del pueblo: guerra de democracia, de libertad, de independencia” (Alberdi: Grandes y pequeños hombres...)

¡Así se hizo la patria!; los que repugnan de esta sustancia animadora de nuestras épicas hazañas, pareciera más bien que reniegan de esa democracia, libertad e independencia que nos deparó la guerra del pueblo. El nombrado Alberdi planteó la incongruencia que significaba el odio que nuestros "democráticos liberales" profesaban a esas formaciones del Pueblo y al caudillo que las conducía. "Es el jefe de las masas decía , elegido directamente por ellas, sin ingerencia del poder oficial, en virtud de la soberanía de que la revolución ha investido al pueblo todo, culto o inculto; es el órgano y brazo inmediato del pueblo, en una palabra, el favorito de la democracia. ¿Como, entonces, el que se dice demócrata por excelencia afea y presenta de malos colores al que es expresión y símbolo de la democracia?" (Ibídem). La explicación es muy sencilla: nuestros liberales defienden teóricamente todos los grandes principios de la "democracia" entre ellos como simple cobertura de maniobra para aplastarlos en la realidad.

Y no se piense que el juicio del sector habrá de modificarse por los servicios que en algún momento, por distracción o por engaño, pueda prestarle alguno de estos hombres forjados en el crisol de los movimientos populares. Ahí está el caso de don Francisco Ramírez, varón de buena fe y honradamente interesado en promover la unidad de la República. Después del Tratado de Pilar creyó, según acabamos de ver, que el “partido porteño" estaba dispuesto a rectificar sus rumbos y a operar "un cambio político" saludable. Por ese camino se prestó a ser el destructor de Artigas, sirviendo en bandeja de plata a la oligarquía de Buenos Aires, la venganza contra el caudillo oriental que tanto ambicionaba. Pues bien, los beneficiarios no variaron su juicio sobre el héroe de aquellas jornadas y lo precipitaron en una nueva guerra civil, esta vez con Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba empeñadas en su anulación.


Francisco Ramírez

Ramírez había nacido en la Villa del Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay) como vástago de una familia de holgada posición (Martín Ruiz Moreno: Contribución a la historia de Entre Ríos, 2 vols. Buenos Aires, 1914) Esto lo negará la historia "oficial", llegando a hablar, con palabras del general Rondeau, de "un mozo del pueblo llamado Ramírez, que en tiempos posteriores ha figurado como no era de esperar, pues llegó a ser general y a capitanear ejércitos respetables" (General José Rondeau: Memorias)

Fue muy joven el alcalde de un distrito de campaña y luego oficial de cívicos en las fuerzas creadas por el comandante don José de Urquiza a raíz de la revolución de 1810. Fue de los que hizo la revolución; otros, como Rivadavia, fueron hechos por ella.

El caudillo entrerriano era enérgico y generoso a un tiempo; luego de haber derrotado a los ejércitos porteños comandados por el general Rondeau, en Cepeda, expresó en el parte de guerra: "El resto de enemigos se halla atrincherado en sus carretas, pero todos a pie; pienso no tienen otro remedio sino rendirse a discreción, de lo contrarío, voy a pasar a degüello a todos" (Francisco Ramírez: Parte de guerra de Cepeda. Campo de batalla, 19 de febrero de 1820.)

¿Cómo no iba a utilizar este comunicado la historia oligárquica para certificar la "crueldad de los caudillos"? Pero ocultan que, al mismo tiempo, remitió un mensaje al comandante de las tropas porteñas en fuga, en el que le decía: "Al corazón sensible a la sangre americana que ha hecho derramar el criminal capricho de un gobierno ilegal y tirano, me estímula a decir a V.S. que si en el término de dos horas no se rinde a discreción, será pasado con ese pequeño resto de tropas, a cuchillo; de lo contrario protesto a V.S. bajo mi palabra de honor, que todos los jefes y oficiales que hayan quedado serán tratados con la mayor consideración y auxiliados del mejor modo posible para que se restituyan a sus países o donde gusten, con sus equipajes".

Esta era la pasta de los caudillos: magnánimos en la medida en que lo permitían las circunstancias de la guerra, aun frente a la conocida perfidia de lo que Ramírez llamaba "el Tirano Porteño".

Las intrigas de ese tirano lograron alejarlo de Artigas, entendiendo que en esta forma servía a los planes de la federación.

Persuadido de que el caudillo oriental era el que perturbaba la realización de ese ideal, al que una vez liquidado el foco de la perturbación serviría Buenos Aires, lanzó sus efectivos a la lucha y logró destrozar a las tropas de Artigas, según vimos. El pensamiento que lo inspiró quedó debidamente traducido en el parte que envió al coronel Romualdo García, luego del triunfo de Las Tunas. "Gloria a la patria en Federación, le decía . En este día acabo de escarmentar, con la intrepidez de los Dragones de la Provincia, al tirano Artigas, en este campo, a presencia de ese heroico pueblo que no admite el despotismo de ese monstruo... Artigas debe haber conocido que la ha favorecido nuestras armas. Los entrerrianos no toleran por más tiempo ser subyugados por tiranos. Aman en tanto su libertad que prefieren la muerte antes que perderla. Creo ya la provincia libre de opresores. Sin embargo, sigo mis marchas sobre ese enemigo de los pueblos federados. Este hombre se ha decidido por desolar y aniquilar las provincias. . . Parece que se ha propuesto eternizar la guerra civil, desentendiéndose de la paz y general armonía de las provincias en Federación ..."( Francisco Ramírez: Parte de guerra de Las Tunas. Campo de batalla, 24 de junio de 1820. (Cfr. Calvento: obr. cit ). ¡Pobre e iluso Ramírez!

A partir de ese momento se le consideró el "Supremo Entrerriano"; por bando del 29 de setiembre, expedido en la ciudad de Corrientes, proclamó la "República de Entre Ríos", que comprendía esta provincia, Corrientes y Misiones. Esta creación se debía, según López, a que Ramírez "se había concentrado todo entero en levantar un fuerte imperio guerrero y personal, con el poderoso contingente de las hordas incultas y expansivas del litoral puestas al servicio de su nombre y de su influjo” (V.F.López: Hist. de la Rep. Argentina)

El ambicioso plan del caudillo, siempre según el historiador nombrado, era el de "humillar de nuevo a Buenos Aires" y "organizar en el Arroyo de la China su imperial grandeza". Ya se ve cómo y cuánto le sirvió a Ramírez el haber librado a la oligarquía porteña de su odiado enemigo Artigas. El juicio que antes merecía éste se le aplicaba ahora a aquél: las hordas incultas lo seguían para humillar a Buenos Aires, movido por la "imperial grandeza" de sus sueños bárbaros ...

El nuevo conflicto a que lo provocaron los intereses portuarios que veían un peligro en el crecimiento de su figura, terminó trágicamente en Río Seco, provincia de Córdoba, el 10 de julio de 1821, alcanzado por una bala que le disparó el capitán Maldonado. La versión propalada por Mitre y admitida por la escuela histórica liberal, es que el salvaje caudillo perdió la vida por rescatar a su mujer, a la que llamaban despectivamente "la china Delfina". Esto tiene poca importancia; lo que cuenta es que se le cortó la cabeza al cadáver y que don Francisco Bedoya remitió el fúnebre despojo al gobernador de Santa Fe "a instancias de los bravos santafecinos". En Santa Fe se la exhibió dentro de una jaula de hierro "para perpetua memoria y escarmiento de otros que en lo sucesivo, en transporte de sus aspiraciones, intenten oprimir a los heroicos y libres santafecinos" (Oficio de don Francisco Bedoya. Arch. de Gbno. de Santa Fe.)

Las sutiles maniobras porteñas, deslizándose entre las grietas que ofrecía la fluida política de aquellos tiempos, lograron servirse de Ramírez contra Artigas y, un año después, de Bustos y López contra Ramírez. El caudillo entrerriano, a quien López atribuye un poder discrecional y sueños de grandeza, "murió pobre, sin dejar más bienes que una casa y una pequeña estanzuela heredada de sus padres" (Ruiz Moreno: Obr. cit.)

No vamos a hacer aquí la historia de todos los "bárbaros" caudillos. Quienquiera registrar prolijamente sus nombres, recurra a la historia "oficial"; allí encontrará, aplastados por una montaña de improperios y difamaciones, a cada uno de los argentinos que trataron de servir, desde el ángulo popular, a los superiores intereses de la patria. La fórmula ya conocida ha sido aplicada invariablemente por Mitre y su escuela histórica, por Vicente Fidel López y por ese formidable constructor de leyendas que se llamó Domingo Faustino Sarmiento. Con lógica irreprochable decía Estanislao López, en una Proclama de 1831: "Los unitarios se han arrogado exclusivamente la calidad de hombres decentes e ilustrados y han proclamado en su rabioso despecho, que sus rivales, es decir la mayoría de los ciudadanos argentinos son hordas de salvajes y una chusma y una canalla vil y despreciable que es preciso exterminar para construir la república" (Brigadier General don Estanislao López: Proclama. El Federal, febrero de 1831)

El pueblo y los caudillos representaban, según habría de consignarlo años más tarde Sarmiento, "la civilización del cuero". Los caudillos, los gauchos, la plebe eran la encarnación de esta "civilización de atraso y de barbarie"; había, pues, que suprimirlos para que pudieran resplandecer las luces de la civilización ilustrada. Los hombres de frac y de zapatos de raso no podían tolerar en el país la existencia de gentes ordinarias que vestían bombachas y calzaban botas de cuero. "No son las leves las que necesitarnos cambiar" - pontificaba Alberdi - "son los hombres, las cosas" (Alberdi: Bases, xxx, 136) . La civilización del cuero y de los saladeros, como que surgida en los campos poblados de haciendas innumerables, tenía ese perfume agreste que hacía torcer las narices a los fabricantes de leyes intocables.

Al diablo, pues, con las gentes rústicas de las campañas, que huelen a pastos frescos y en cuyas manos leñosas se grabaron las fatigas de las largas jornadas en que sirvieron a la patria con decisión ejemplar. Son estas las gentes que sostienen y siguen a los "bárbaros" caudillos, transformándolos en figuras poderosas, que polarizan e interpretan el destino colectivo. Los teóricos y doctrinarios urbanos, que quieren imponer su ley despótica a las masas rurales, no pueden ocultar el resentimiento que les suscita ver al caudillo instalado en el punto más alto de la espiritualidad popular y señalado como vocero legítimo de sus aspiraciones. ¡Ah!, no; de este crimen hay que purgar a la República y para ello lo primero que hay que hacer es enterrar históricamente a todos los que de alguna manera se hacen el centro de su pueblo y de su estirpe.

Felipe Ibarra.    

Así se fraguó esa historia de calumnias y dicteríos en que todo el que se coloca en la línea popular resulta ignorante, sanguinario y ladrón. Desde Dorrego hasta Peñaloza, asesinados por los gauchos de levita y, no obstante, acusados ellos de ser los que derramaron la sangre de sus hermanos. En el caso de Quiroga, también caído bajo el puñal de los civilizados asesinos, ya se sabe que el Facundo de Sarmiento lo paseó por el mundo envuelto en un halo enrojecido y brutal. El cargo de ser "bárbaros ignorantes" no le fue ahorrado a uno solo de estos viriles conductores. El más vapuleado de todos, en este aspecto, fue don Felipe Ibarra, de Santiago del Estero; pero de él dijo Ferré, que no era pródigo en alabanzas: "Traté personalmente en Santa Fe a don Felipe Ibarra, y formé sobre su persona el mejor concepto por su educación y nobleza de sentimientos" (Pedro Ferré: Memoria del Brigadier General don... Octubre de 1821 a diciembre de 1842. Contribución a la historia de la Provincia de Corrientes en sus luchas por la libertad y contra la tiranía. Buenos Aires, 1921).

De Facundo dicen que solamente gustaba de burdeles y reñideros de gallos, pero es lo cierto que durante su permanencia en Buenos Aires, su casa que era la de su apoderado, don Braulio Costa- fue centro brillantísimo de reuniones políticas y sociales, a las que concurrían doña Angela Baudrix, viuda del coronel Dorrego, los generales Alvear, Guido, Pacheco e Iríarte, el doctor Juan Bautista Alberdi, don Félix de Alzaga, don Juan Nepomuceno Terrero y lo más granado de la sociedad porteña.


Estanislao López

De don Estanislao López, apoyándose en que pertenecía a un hogar modesto y en que había recibido rudimentaria instrucción en la escuela del convento de San Francisco, dicen atrocidades. No conciben que su inteligencia natural y la experiencia adquirida en el desempeño de sus funciones públicas y militares, hayan podido dotarle de esa mesura y fineza con que procedió en todos los actos de su vida. López tenía el instinto certero y la capacidad para las grandes síntesis; "no hay otra cosa en mí que la salud de la patria", decía (Carta al coronel don Pascual Echagüe, gobernador delegado en Santa Fe, 1828).

Esta definición es hermosa y vale como un símbolo; pero la historia liberal no puede perdonarle su fidelidad a la causa que, conjuntamente con Rosas, había abrazado. Luego de su victoria de Coronda sobre Ramírez, el gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, le regaló una espada de oro. La justicia histórica que le niegan los liberales, le fue tributada por Rosas, en ocasión de su muerte, acaecida el 15 de junio de 1838. Sobre su sepultura, en el convento de San Francisco, en Santa Fe, Rosas hizo grabar el siguiente epitafio que redactó de su mano:

Descansa del Empíreo en las mansiones en el seno de Dios ¡hombre querido! La libertad te debe sus blasones y los tiranos su postrer gemido. Rosas, el compañero de tu gloria, consagra esta inscripción a tu memoria.

No interesan a la historia dirigida los méritos de López; era un caudillo y había que abominar de su figura. Lo mismo sea dicho de cuantos tuvieron el instinto y la vocación de las multitudes; las tintas más groseras se han utilizado para estos casos. Tanto han enfangado los caminos, que cuesta trabajo encontrar la recta vía de la verdad. Pero cada día es mayor el número de los que saben orientarse como la paloma en el aire. He aquí una estampa de firmes líneas que puede servir para guiarnos; pertenece a don Pedro de Paoli: "Señor de sólida posición en la mayoría de los casos dice , el caudillo era un hombre bien nacido, hidalgo, generoso, justiciero, ecuánime, dispuesto siempre a ayudar al necesitado, recto en su proceder e inflexible en su severísima moral; hombre recio, altivo, arrogante, valiente hasta la heroicidad y fiel a su tierra y a su estirpe hispana, de la que era orgulloso representante, con todos los atributos de su hidalguía y su nobleza. Si en el campo era gaucho por su prestancia y su baquía, en el distinguido salón de la más encumbrada familia era distinguido y caballeresco, con todo el donaire y la fineza de la época" (Pedro de Paoli: Facundo, ya cit).

Pero, ¿de qué vale la acumulación de pruebas si los malhechores de la historia siguen emboscados y dispuestos a descargar su golpe de maza sobre las cabezas que dirigen el avance incontenible de las multitudes?


Facundo Quiroga

Facundo Quiroga.    

Ninguna figura de caudillo ha sido más vilipendiada que la del general Juan Facundo Quiroga. La estampa de gaucho ignorante y feroz que se ha transmitido a las generaciones sucesivas, es una de las infamias más tremendas de la historia adulterada. Facundo fue caudillo auténtico: tenía la prestancia y la grandeza de un verdadero conductor de pueblos y en su limpia trayectoria pueden hallarse los rasgos más finos de patriotismo y desinterés. Pertenecía Quiroga a familia muy principal y gozaba de holgada posición económica. Su padre, el capitán de las Milicias de Jachal y de los Llanos de La Rioja, don José Prudencio Quiroga, era descendiente de Recaredo, rey visigodo de España; su madre, doña Juana Rosa de Argañaraz, era también de noble linaje. Entre los antepasados por la línea de los Quiroga había militares, jueces, regidores y gentes muy señaladas. Su mujer, doña Dolores Fernández, pertenecía a la mejor sociedad de La Rioja.

Facundo tenia una formación cultural y moral muy apropiada a las necesidades de los tiempos. Se educó en la escuela de letras fundada por su padre y luego estudió religión, moral y sociología con el canónigo doctor Pedro Ignacio de Castro Barros. Contra el espíritu faccioso y la reforma eclesiástica sustentada por el grupo liberal, Quiroga se lanzó a combatirlos llevando la divisa “Religión o muerte”, Prueba más que suficiente de que distinguía los verdaderos valores que estaban en juego en la contienda desatada en la República.

Quería el general Quiroga que el país se mantuviera en la fe de sus mayores y no abdicara de los grandes principios tradicionales que habían forjado su alma. En la proclama dirigida a la División de los Andes, expresaba: "Ministros del Santuario: elevad al Ser Supremo fervorosos sacrificios, y pedidle con la efusión de vuestros piadosos corazones, que suspenda el azote de la guerra fratricida en que yace la República Argentina... Ciudadanos todos: respetad la Religión de vuestros padres y sus Ministros, las leyes que nos rigen y las autoridades constituidas” (Juan Facundo Quiroga: Proclama a la División de los Andes. San Juan, 7 de setiembre de 1831. (Cfr. Sarmiento: Civilización ¡Barbarie, 2 7 ed., apéndice. Impr. de julio Belín y Compañía. Santiago, 1851)

No sólo tenía Facundo muy acendrados sentimientos religiosos sino que se negaba a admitir que la Iglesia sirviera a una determinada bandería. En Mendoza, derrotó al personero de Paz, coronel Videla Castillo, en Rodeo de Chacón, el 28 de marzo de 1831; el nuevo gobernador de la provincia, don Manuel Lemos, resolvió oficiar una Misa de Gracias y Te Deum "por el feliz triunfo obtenido por las armas federales".

Invitado al acto, el salvaje Facundo dio esta lección de tolerancia y espíritu cristiano: "El infrascripto - respondió -, contemplando el luto que eternamente debe grabar sobre los corazones argentinos por la cruel guerra que devora a sus hijos, no puede permitir se den gracias al Ser Supremo por la destrucción de nuestros hermanos..."

Proponía, por consiguiente, se reemplazara la proyectada función "con unas honras generales por todas las víctimas sacrificadas de una y otra parte" (Nota del general Quiroga al ministro general de Gobierno, don Pedro José Pelliza. 9 de abril de 1831. Original en el Arch. Admin. e Hist. de Mendoza, Doc. N 9 1.505 A; carpeta n 9 199/1831)

La vileza de sus adversarios y la fantasía de rueda libre del "mentiroso a designio", nos han ofrecido una imagen de Facundo muy distinta de la que surge de estos antecedentes. Puede afirmarse, a despecho de tales leyendas, que Quiroga fue, a la vez, recio y humanitario, valiente pero generoso. Los actos de crueldad que se le achacan, aparte de ser falsos en gran medida, no cabe referirlos sino a las reacciones pasionales que le provocaron, en los últimos años de lucha, los métodos de terrorismo implantados por los generales unitarios: Paz, Lavalle, La Madrid. . . Con honradez ejemplar, podía escribir en 1831: "En los lances más apurados, cuando la propia defensa llega a ser un derecho que acalla cualquier otro sentimiento, he respetado las leves de la humanidad y de la guerra; no he fusilado a mis prisioneros, ni he exterminado a lanzazos a familias enteras, sin ahorrar las mujeres y los niños; ni he mandado asesinar a los presos y hecho arrastrar sus cadáveres por las calles. Nadie puede echarme en cara estos crímenes, y desearía, por el honor y el bien de mi país, que mis antagonistas pudieran decir otro tanto" (General Quiroga: Defensa de su conducta. Buenos Aires, 2 de febrero de 1831. Impr. Republicana)

Facundo puede resistir la comparación con cualquiera de sus alabados enemigos. Veamos, por ejemplo, el caso del general La Madrid. Este, durante su dominio de La Rioja, consumó los mayores atropellos. A la madre, mujer e hijos de Quiroga, luego de infligirles duro tratamiento, los desterró a Chile. Pues bien; el 14 de noviembre de 1831 el general Quiroga derrotó al general La Madrid en Ciudadela, provincia de Tucumán, obligándole a huir a Bolivia. Entonces el famoso Facundo, dando paso a "los más feroces instintos" que la literatura liberal le adjudica, auxilió a la mujer de La Madrid “con todo lo necesario para que se trasladase a Bolivia, al lado de su espOSO ... (A. Zinny: Hist. de los Gobernadores). No en vano, por consiguiente, pudo escribirle San Martín: "Sé que es Vd. un buen patriota, y un hombre de coraje ... No cometió Jamás acto ninguno de traición, ni de infidelidad o perfidia contra los intereses o contra los hombres con quienes se había ligado” (Carta de San Martín a Quiroga. Mendoza, 3 de mayo de 1823)

Sobre el trato que el general La Madrid dio a la madre de Quiroga, es sabido que la hizo detener poniéndole cadenas al cuello. El propio Facundo recordó repetidas veces este episodio. El coronel Juan Pascual Pringles, héroe de las guerras de la Independencia, actuaba en los ejércitos unitarios de Paz; derrotado por Quiroga en la ciudad de Río Cuarto, fue alcanzado y muerto por una partida cuando huía hacia Mendoza, el 18 de marzo de 1831. El padre del nombrado, don Gabriel Príngles se entrevistó con Quiroga a objeto de solicitarle garantías para la familia; Facundo le respondió: "Señor don Gabriel, aunque los amigos de ustedes encadenaron a mi vieja madre en La Rioja, yo no haré eso con la familia de Pringles, al que respetaba y cuya muerte he sentido mucho, llevándose una reprensión el oficial que tuvo parte en ella. Tres días he contemplado el cadáver del coronel Pringles envuelto en una manta de vicuña, y queda señalado por Huidobro el caldén a cuyo pie lo mandé sepultar..."( Cfr. Juan W. Gez: Apoteosis de Pringles. Impr. Europea, de M. A. de Rosas. Buenos Aires' 1896)

El propio La Madrid, huido a Bolivia, le escribió a Quiroga para que facilitara la salida de su Mujer, "persuadido - le decía - de que la generosidad de un guerrero valiente como es V. sabrá dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado". El general Quiroga, según dijimos, le había dado todas las facilidades a la mujer de La Madrid, y respondió la carta en estos términos: "Me viene Vd. ahora recomendando a su familia, como si yo necesitase de sus recomendaciones para haberla considerado como lo he hecho; agregando en dicha carta, las consideraciones que dice prestó a la mía en San Juan, así como a mi señora madre en Los Llanos, pero sin acordarse de la pesada cadena que hizo arrastrar a dicha mi señora madre en La Rioja, ni de que mi familia fue desterrada a Coquimbo o Copiapó por sólo libertarla de los tormentos que Vd. le preparaba..."( Respuesta J Quiroga a La Madrid. Tucumán, 24 de noviembre de 1831. (Cfr. La Madríd: Memorias, va cit.)

En la huída de La Madrid hacia Bolivia lo acompañó, hasta dejarlo a salvo, el coronel José Ignacio Murga. Se presentó luego prisionero en el campamento de Quiroga; éste lo hizo llamar a su presencia y cuando aquél intentó entregarle su sable, Facundo le dijo: “Cíñase su sable que ahora es mi amigo. ¡Así deben ser los hombres! Vaya Vd. y Póngase a la cabeza de su cuerpo" (General La Madrid. Memorias) . Al coronel Barcali, jefe de la artillería enemiga, que también había caído prisionero, lo hizo poner en libertad.

No eran éstos gestos esporádicos de magnanimidad; ya en 1,923, en su lucha contra los Dávila, en La Rioja, cayó muerto uno de ellos (Miguel) y tomó 214 prisioneros. Libertó a los prisioneros, prohibiendo que se les recriminara por sus opiniones políticas, y cursó un sentido pésame a la viuda de Dávila. Cuando en 1830 marchó sobre Córdoba, en la que señoreaba el general Paz, la ciudad se le entregó sin lucha. El gobernador sustituto firmó un acuerdo con Facundo, en el que éste dejó la marca indeleble de su nobleza y espíritu de conciliación: "A los señores oficiales que pertenecen a1 ejército del señor general Paz consignaba el art. 29 se les concede licencia para que regresen con sus armas y equipajes al ejército de su dependencia" (Juan Beverina: Anotaciones a las Memorias póstuntas del General José María Paz) . Ese ejército al que iban a reincorporarse los oficiales licenciados estaba acampado en las afueras de la ciudad y se disponía a batir a los efectivos del general Quiroga, autor de este gesto de verdadera generosidad. Es que un cálculo de conveniencia bélica no podía modificar los principios sobre disciplina militar que sustentaba el caudillo riojano.

También en orden a la disciplina y jerarquía de los actos civiles tenía Facundo conceptos muy arraigados. Cuando la Legislatura de Catamarca, por intermedio de su presidente, don Pío José Acuña, le consultó sobre la Constitución de que convenía dotar a la provincia, Quiroga le respondió: "Estos Códigos deben ser exclusivamente obra de las legislaturas, sin la más pequeña ingerencia de los hombres de mi profesión. El militar debe obedecer y defender las Leyes, no dictarlas". ( Carta del general Quiroga al presidente de la Legislatura de Catamarca, don Pío José Acuña. San Juan, 10 de noviembre de 1831)

Luego de la guerra de los años 1826/27 contra La Madrid, el general Quiroga se dispuso a reintegrarse a sus posesiones en los Llanos. Antes, publicó en impresos y en la prensa una proclama diciendo: "Espero que los que hubiesen sufrido quebrantos, erogaciones o perjuicios, que hayan sido motivados por la guerra que acaba de terminar, ocurran por la subsanación, a la que gustosa y religiosamente se promete verificarla a expensas propias, Juan Facundo Quiroga” (General Quiroga: Proclama. La Rioja, 16 de noviembre de 1827. ) . Guerra de la provincia en defensa de inalienables principios de autonomía y régimen federal, los sacrificios financieros no cayeron sobre el erario provincial, sino sobre el peculio privado del general Quiroga. ¡Este era el gaucho ladrón y codicioso!

La fabulosa historia de "las barbaridades" de Quiroga, extraída como artículo de fe del incoherente Facundo de Sarmiento, sigue prosperando merced a una posteridad interesada, cuyos crímenes quieren lavarse atribuyéndoles otros mayores a sus oponentes. El liberalismo terrorista de nuestra historia le da a esta novela el valor de prueba incontrovertible, haciendo de ella el azadón que sirve para arrojar paladas de tierra sobre las tumbas de los "bárbaros caudillos". El propio autor del infundio reconoció que estaba plagado de falsedades, pues se trataba de un libro político "escrito con el objeto de favorecer la revolución" (Carta de Sarmiento al general Paz. Montevideo, 22 de diciembre de 1845).

¿Por qué, entonces, sus apologistas se empeñan en elevarlo a la condición de documento histórico? ¿No han pensado, por ventura, que esas páginas cobardes fueron escritas para hundir en el ludibrio a quien, diez años atrás, había sido hundido en la tierra regada por su sangre? Como dice con voz tremenda y acusadora Pedro de Paoli: "Sarmiento escribió su panfleto contra el general Quiroga el año 1845, cuando hacia diez años que el caudillo riojano había sido asesinado. La impostura de Sarmiento agrega no fue lanzada contra un hombre, sino contra una tumba, lo que hace que su acción sea más despreciable... "(Pedro de Paoli: Facundo).

Una documentación irrefutable desmiente a Sarmiento y a todos los detractores de ese grande hombre que fue la personificación del genio defensivo de las provincias argentinas. Sobre su conducta en Tucumán (1827), por ejemplo, faltó tinta para extender el capítulo de cargos más espeluznante. Quienes estudiaron honrada mente esa época destruyen las falacias de los calumniadores. Don Ernilio H. Schleh escribe: "Según Sarmiento, Facundo echó sus caballadas en los cañaverales, y desmontó gran parte de los nacíentes ingenios, aseveración esta que constituye un error indudable, pues en Tucumán es tradicional que Quiroga no sólo hizo respetar los trapiches o ingenios del doctor Colombres, sino que hizo resguardar con sus propias fuerzas los cañaverales existentes para evitar que fueren destruidos" (Emilio H.. Schlech: La industria azucarera en su primer centenario. Buenos Aires, 1921).

Ya hoy día puede asegurarse que el orden, la honestidad y la mayor tolerancia reinaron en Tucumán durante la permanencia de Quiroga. Todas las informaciones en contrario que recoge Sarmiento son simples infundios de mal hablador. La única verdad, aunque de formada, es que Quiroga exigió de la provincia una indemnización de 24.000 pesos (Sarmiento dice 18.000), para compensar en mínima parte los gastos que le había ocasionado levantar y sostener un ejército para defenderse de las correrías desatadas por el general La Madrid. La reclamación fue planteada a la Junta de Representantes, que aparentó aceptarla y aún considerarla muy moderada. Pero el general Quiroga se enteró que la propia Junta incitaba a que no se satisficiera el legítimo requerimiento. Es entonces cuando Facundo le remitió la famosa nota, que es una de las pruebas de cargo contra el recio caudillo: ”...de lo que resulta que V. E. dice en oficio a la junta con su genio activo ha podido, a poca costa, oponerse a que yo me reembolse de la pequeña parte que pido de los grandes gastos y perjuicios que he experimentado, pero ¡por Dios vivo!, si no se me satisface antes de las dos horas de este día, me haré pagar, no la suma de 24.000 pesos, sino todos los gastos que he hecho y todas las pérdidas que he sufrido en mis negocios. Cuidado, pues, no haya equivocación, la generosidad tiene sus límites y no me falta disposición para castigar del modo más ejemplar el orgullo y osadía de este país rebelde que mira con desprecio la generosa tolerancia con que ha sido tratado, aunque sin merecer la más mínima consideración" (Oficio del general Quiroga a la 1 1. junta de Representantes, Tucumán, 24 de julio de 1827 ) . Es la nota de un jefe vencedor, que sabe compensar la tolerancia y la firmeza. Las agresiones del vencido le han acarreado perjuicios inmensos, en sus intereses particulares y en los de esos aguerridos mozos que tuvieron que dejarlo todo para batirse por bravos ideales. ¿Qué mucho que desee enjugar en parte los daños sufridos? Por lo demás, en el código de guerra de las naciones más civilizadas del globo, ¿no rige la norma de que el vencido abone las abultadas indemnizaciones que le impone el vencedor?

La unidad de pensamiento y conducta en la vida de Juan Facundo Quiroga es un hecho incontrovertible. Cuando se trataba de su propia provincia, según hemos visto, no omitiría sacrificios personales para servirla, cargando a su peculio particular los gastos de las guerras que estuvo forzada a sostener para librarse de la esclavitud civilizadora. Cuando fue necesario llevar la lucha más allá de sus propios territorios para salvaguardar la integridad y libertad de otros Estados provinciales, no era justo que gravitaras obre su fortuna personal el desembolso financiero acarreado. Los que ponen el grito en el cielo por estas situaciones, ocultan que el propio general La Madrid se benefició, durante la ocupación de La Rioja, con parte de los fondos privados que le fueron robados a Quiroga; y disimulan o suavizan los actos de depredación y de barbarie que consumaron los "ejércitos de la civilización" en todas las regiones a que llegaron. Los jefes de "la ilustración" llevaban la muerte y la desolación a las castigadas tierras provincianas; Quiroga los calificó magistralmente al decir de ellos que "profesan el oficio de la muerte" (Carta del general Quiroga al general Paz. Mendoza, 10 de enero de 1830)

No tuvo Quiroga instintos desordenados ni vocación por ejercer autoridad en medio de la anarquía. Puso, eso si, pasión fanática al servicio de sus convicciones; para imponerlas, su palabra alcanzaba tonos admonitorios. Recuérdese la carta que le envió a don Manuel Leíva, diputado por Corrientes, a raíz de las comunicaciones que éste cursara invitando a las provincias a constituirse en una unidad nacional con prescindencia de Rosas y de la provincia de Buenos Aires. La carta de Facundo decía: "He visto con sorpresa la comunicación que Vd. dirigió al Ministro de Gobierno de Catamarca, por cuanto ella es seductora y alarmante contra la benemérita provincia de Buenos Aires. Sr. mío, yo estoy seguro que cuando la provincia de Corrientes le ha nombrado diputado de la Comisión Representativa de los gobiernos aliados, no ha sido con el objeto de que trabaje en indisponer un pueblo contra otro, ni para dirigir la marcha de los gobiernos del interior. Con este convencimiento es que lo he delatado, haciendo que su comunicación y la de otro representante de igual naturaleza, el doctor don Juan B. Marin, de Córdoba, corran por todos los ángulos de la República, para que sirva de escarmiento a otros que, como Vd., sean malintencionados y tengan particular interés en hacer a los pueblos el juguete de sus ridículas maquinaciones. Quiera, pues, Vd. desistir de tan locas pretensiones y disponga como guste de su más obediente y atento servidor que le desea un caudal de felicidad, y más circunspección en el puesto que ocupa" (Carta de Quiroga al diputado don Manuel Leiva. La Rioja, 17 de abril de 1832. Original en el archivo particular del doctor Arturo E. Sampay. La Plata)

Esta lealtad de Quiroga, unida a la fortaleza de su carácter y a la firmeza de sus ideales, atrajo sobre su persona el odio de los facciosos unitarios y de los civilizados liberales. La determinación de su muerte fue larga y pacientemente elaborada. Ya durante los graves acontecimientos de 1833, en Buenos Aires, la logia unitaria (de los cismáticos o lomos negros) encabezados por Florencio Varela, tenía dictadas sentencias de muerte contra Rosas y Quiroga. El general Rosas, en campaña contra los indios, le escribía al general Pacheco denunciándole que se tramaban estos asesinatos; para ello según sus informes, se había intentado sobornar e incitar a la traición a oficiales de los ejércitos expedicionarios contra el indio, que maniobraban en el centro y el oeste bajo el comando de Quiroga y de Aldao, y cubrían el ala izquierda bajo el mando de Rosas (Carta del general Rosas al general Pacheco. Río Colorado, 15 de diciembre de 1833. Arch. Gral. de la Nación, documentos del general Angel Pacheco)

Por esa misma época, en el mes de noviembre, don Manuel Moreno escribía a Ugarteche desde Londres, denunciando un plan audaz de los unitarios: "Es parte principal que el señor López rompa con el señor Rosas y con Quiroga, halagándolo con pérfidas sugestiones, pero con la mira de sacrificarlo luego a la vez. Este plan de sangre y de escándalo lo han ajustado don Julián Agüero, en Montevideo, con Rivera, Obes, y los españoles y unitarios de uno y otro lado. En la fe de sus afectos y seguridad ya Rivadavia a partir a fin de mes. Tengo los datos más seguros de esta horrible conspiración…( Moreno a Ugarteche. Londres, 6 de noviembre de 1833. Cfr. A. Saldías, Historia de la Confederación, 11, pág.374)(Ver: "complot unitario")

¡Cuánta razón tenía don Juan Manuel que por aquellos días le prevenía a su amigo don Vicente González: "Ya sabe Vd. que no debe fiarse ni creer en ningún hombre de casaca y corbata almidonada"! (Carta del general Rosas al comandante Vicente González, 19 de enero de 1834. Cfr. Anjel J. Carranza: La revolución de 1839 en el Sud de Buenos Aires. Buenos Aires, 1880)

No pasó mucho tiempo sin que los graves anuncios se cumplieran. El general Quiroga salió de Buenos Aires hacia el norte del país, en misión pacificadora. Era entonces gobernador de Buenos Aires el doctor Maza. El general Rosas se encontraba en San Antonio de Areco, en la hacienda de don Mauricio Figueroa; allí se detuvo Quiroga para celebrar conferencias sobre el objeto de su misión. El 20 de diciembre de 1834 se dispuso a seguir viaje y entonces, dice Rosas: "presenté al General Quiroga, cien hombres todos ellos capataces y peones de mis estancias, escogidos por honrados, capaces y valientes, a que lo acompañasen. Se negó absolutamente á la aceptación. Me abrazó con toda la ternura de su corazón noble que me amaba verdaderamente y siguió su marcha, sin demora, con los muy pocos hobres que lo acompañaban" (Carta de Rosas a Urquiza. Southampton, 5 de agosto de 1861. Original en el Arch. Gral. de la Nación, sec. Urquiza, leg. 66)

Cumplió Quiroga su misión y se dispuso al regreso en medio de nutridos avisos de que los hermanos Reynafé (uno de los cuales, el coronel José Vicente, era gobernador de Córdoba) planeaban su asesinato. Facundo desdeñó estas prevenciones y rechazó la escolta que le ofreció Ibarra, de Santiago del Estero. Penetró en Córdoba con su reducida comitiva e hizo alto en la posta de Sinsacate, a las once del 16 de febrero de 1835, tomando rnate a la sombra de un algarrobo. Siguió luego su marcha, y un poco más adelante, en la curva de Barranca Yaco, la banda del capitán Santos Pérez, de las Milicias de los Reynafé, cayó sobre ellos v asesinó a todos los integrantes del grupo, con excepción del correo Marín y de un asistente, que pudieron huir milagrosamente. Junto a la galera volcada quedaron los cadáveres del general Quiroga y de su secretario, el "general doctor" José Santos Ortiz, cuñado del doctor Vélez Sársfíeld.

La vida ilustre de uno de los más grandes caudillos argentinos fue inmolada en el altar del odio unitario. Sus "ilustrados" poetas se apresuraron a glorificar la hazaña, como en el romance anónimo, compuesto de 108 coplas, que canta con alborozo la muerte de

Don Juan Facundo Quiroga,
General de mucho bando,
Que tuvo tropas de línea,
Muchos pueblos a su mando...

(Romance recogido por don Juan Alfonso Carrizo: Cancionero popular de Salta. Buenos Aires, 1933. )

En la ya mencionada carta de Rosas a Urquiza, recuerda el triste episodio: "cuando lo mandaron matar nuestros enemigos". La calumnia histórica pretendió inculpar al propio Rosas de este crimen horrendo. La viuda del general Quiroga escribió al gobernador de La Rioja: "¿Podrá La Rioja ser ingrata al general Rosas, al hombre a quien tanto debemos los argentinos, los americanos, con especialidad los riojanos, hijos del desgraciado general Quiroga, ¿Quién como el general Rosas ha acreditado con los hechos más valiosos y notorios ante el mundo ser el amigo firme, íntimo, de mi amante esposo” (Carta de doña Dolores Fernández de Quiroga al gobernador de La Rioja, general Tomás Brizuela. 11 de junio de 1839)

En las lecciones sobre el tenía que impartió el doctor David Peña, en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, en 1903, enjuició la personalidad del general Quiroga, finalizando con estas palabras: "Yo no te exalto: te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un tendal de crímenes, y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que preparó el destino de esta Nación que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y portentoso" (David Peña: Juan Facundo Quiroga. 5:1 ed. Edit. Americana; Colec. Historia y Tradición Argentinas. Buenos Aires, 1953)

¡Justas palabras!; ¿qué resta ahora del terrible Facundo? La respuesta puede estar en el clásico proverbio: De ruín cepa, nunca buen sarmiento.


Manuel Oribe

Manuel Oribe.    

La terrible venganza de los representantes del "partido de la ilustración", dejó un vacío imponente en los cuadros de la Confederación Argentina. Cuando en 1839 las convulsiones y levantamientos provocados por estos facciosos incurables, obligaron a desplegar una energía militar sin precedentes, la ausencia de Facundo, soldado valiente y jefe respetado, se hizo sentir de manera harto visible. Sonó entonces la hora del brigadier general Manuel Oribe, a quien las circunstancias transformaron en el hombre del destino.

Es Oribe otro de los grandes calumniados de nuestra historia; los fabricantes de "payasos ilustres" no pueden perdonarle su grandeza. La maledicencia persigue a la sombra de mármol eterno que proyecta su figura. Nadie, sin embargo, más digno de perpetuarse en la mayoría de los argentinos; el caudillo orienta fue un extraordinario forjador de victorias al servicio de la noble cansa de emancipación (le nuestros pueblos. Su gloria es tanto más auténtica cuanto mayor es la diatriba que emplean sus perseguidores.

Cuando la felonía de Rivera, coaligado con los franceses y los emigrados argentinos, despojó a Oribe del gobierno que legalmente ejercía en el Estado Oriental (8 de noviembre de 1838), vino a nuestro país acompañado de un séquito grandes de partidarios. El gobierno de Buenos Aires lo recibió con los honores que correspondían a su alta investidura, proclamando la necesidad "de robustecer, sin menoscabo de la personería de aquella república, por todos los medios posibles, la recomendable y gloriosa disposición de sus fieles hijos para reivindicar el honor y dignidad de que alevosamente han sido despojados" (Oficio del general Rosas al presidente Oribe. Buenos Aires, 12 de noviembre de 1838)

El gobierno títere de Fructuoso Rivera, impuesto y sostenido por las armas de la escuadra francesa bloqueadora del Río de la Plata, dictó el decreto infame del 13 de noviembre: "Don Manuel Oribe es declarado pérfido, rebelde y conspirador contra la patria; en consecuencia, ésta lo arroja de su serio y lo proscribe, despojándolo de los grados, honores y prerrogativas". ." ¡El diablo metido a redentor! Subleva tanta impudicia por parte de los que usurparon el poder en un acto de innoble traición a la patria, queriendo juzgar a los que se mantuvieron fieles y dignos de sus gloriosas tradiciones.

En las filas de Rivera formaron, con las armas al brazo, el general Lavalle y los unitarios argentinos. No se trataba, pues, de una contienda local, sino de una única guerra en la que participaban los traidores de ambas orillas, amunicionados y pagados por una potencia extranjera. Los hechos lo certificaron rápidamente; al invadir Lavalle el territorio de la Confederación Argentina, al frente de las huestes unitarias de una y otra orilla, lo hicieron transportados en los barcos de guerra de Francia. No era ésta, por consiguiente, una guerra de Rosas, o de los pueblos de la Confederación, sino una guerra a la que se veían empujados los defensores del ideal americano. Era guerra de todos: de Rosas y de Oribe...(Ver la Guerra Franco-argentina )

Para afirmar este perfil americanista de la contienda, el general Rosas, en su carácter de general en jefe de los Ejércitos de la Confederación, ofreció el comando en Jefe interino al general Oribe. Este, en acatamiento de su deber patriótico, lo aceptó y se dispuso a salir a campaña. Se inició en este momento la hora más gloriosa en la vida del benemérito soldado oriental, que tantos frescos laureles cosechó sobre sus sienes. El general Lavalle, con Paz y La Madrid, y con la Coalición del Norte, y con los auxilios solapados o desembozados del enemigo extranjero, convulsionaba el interior argentino. Oribe salió de Buenos Aires a reprimir a los sediciosos, el 30 de setiembre de 1839. La ceremonia de la despedida asumió tocantes proporciones. Así la relata el periodismo de la época: "Partió el general Manuel Oribe de esta capital, habiéndosele tributado espléndidos honores. Todas las tropas de la guarnición con sus banderas a la cabeza, se hallaban formadas en la calle Federación (Rivadavia) y camino General Quiroga, al mando del general Rolón. Oribe salió de su casa en la calle de la Catedral (San Martín) como a las tres y cuarto de la tarde, en carruaje, acompañándole los ministros Arana e Insiarte y los hijos de Rosas, don Juan y doña Manuela. Este carruaje iba precedido de los generales y demás jefes del ejército de Buenos Aires, de todo uniforme, a caballo. Seguíanle nueve más en que iban los ministros del presidente legal y otros orientales, y los jefes de todas las reparticiones de la administración de la provincia. Al salir Oribe de su casa, se hizo una salva del Fuerte de veintiún cañonazos, y al pasar por las calles se le manifestó el entusiasmo del pueblo por medio de vivas, flores, cohetes: las tropas presentándole armas y tocando las bandas de música. Al llegar a San José de Flores, Oribe se despidió de su acompañamiento, dando un fraternal abrazo a cada uno de los individuos de su séquito. De allí siguió, acompañado del edecán, general Corvalán, Garrigós y algunos otros señores, hasta Morón, donde fue recibido por las autoridades y vecinos del Partido, en medio de aclamaciones, repiques, bailes, etc…” (British Packet. Buenos Aires, 30 de setiembre de 1839)

En esta forma, austera y al mismo tiempo grandiosa, con una solemnidad que provenía de los corazones enardecidos por la emoción patriótica, salieron a cumplir su heroico deber los ejércitos federales, comandados por la figura ilustre del brigadier Oribe. Las fuerzas a su mando tomaron el nombre de "Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina". La táctica de Oribe consistió en no dar resuello, en no despegarse, de las tropas unitarias que marchaban hacia el interior. En persecución de Lavalle, que trataba de rehuir el contacto hasta tanto se reuniera con La Madrid, en la provincia de Córdoba, realizó marchas forzadas y prodigiosas, dándole alcance en Quebracho Herrado (provincia de Córdoba), donde lo destrozó, el 28 de noviembre de 1840.

De 4.200 hombres que componían el ejército de Lavalle, perdió, entre muertos y heridos, 1.300 soldados y 60 jefes y oficiales, además de su artillería, parque, imprenta, carretas, bagajes y correspondencia.

Por la participación que le cupo en la victoria de Sauce Grande, en Entre Ríos, ganada por el general Pascual Echagüe, el 16 de julio de 1840) y, por esta de Quebracho Herrado, en la que le cupo el honro de la jefatura, el general Rosas le otorgó una espada de honor y una medalla, además de un premio en ganados. Oribe se apresuró a escribirle al Restaurador: "Penetrado del más profundo reconocimiento por la parte que me cabe en las honrosas distinciones que V. E. se ha dignado acordar a los que han tenido la fortuna de combatir por la Libertad e Independencia del Continente Americano contra el salvaje traidor bando unitario en los campos de Sauce Grande y Quebracho Herrado, grato a los premios que su elevada munificencia tuvo a bien decretar en favor de los soldados de la Libertad, y admirador constante de la grandeza que a todos sus pasos imprime el ilustre Campeón de la Independencia Americana, lleno una dulce obligación al dirigir a V. E. las más sinceras expresiones de mi agradecimiento". Aceptaba los honores que le habían sido discernidos, pero formulaba una súplica: "que V. E. se sirva admitir la renuncia que hago de los ganados que por ambos decretos me son adjudicados, en favor de los objetos de beneficio público que V. E. se digne señalar" (Carta del general Oribe al general Rosas. Cuartel general de Córdoba, 3 de febrero de 1841)

Tal la contextura moral de este héroe abnegado, que según afirmaba en el mismo oficio, abrigaba "la firme resolución de morir en defensa de la Sacrosanta Causa que sostenemos, o ver exterminar hasta el último de los enemigos de la Patria".

En mayo de 1841 ya estaba de nuevo en marcha Oribe y sus ejércitos federales. Cruzó La Rioja, donde los generales Nazario Benavídez y José Félix Aldao habían sumado victoria tras victoria, y penetró en Tucumán, siempre en seguimiento de Lavalle. Por fin, el 19 de setiembre de 1841 logró trabar combate con las fuerzas del general unitario, a su propio mando, en Famaillá, obteniendo una victoria decisiva sobre las diezmadas huestes "libertadoras". Lavalle huyó del campo de batalla, derrotado y con una pequeña partida, abandonando su ejército, parque, artillería,etc. Ya se sabe que unos pocos días después, el 9 de octubre, en Jujuv, cuando huía hacia Bolivia, cayó para siempre, herido por una bala perdida, el hombre que había contribuido al infortunio de Oribe, en sus propias tierras orientales, aliándose con los enemigos de América y de la libertad.

El brigadier general Manuel Oribe dio cima a una de las epopeyas más brillantes en la historia de las guerras americanas. A lo largo de dos años de épica grandeza, cruzó victorioso toda la República, desde Buenos Aires hasta la frontera norte, enhebrando victorias en el hilo glorioso de su espada. Pudo cobrarse los agravios recibidos del salvaje bando unitario; pero su alma era noble v sus sentimientos excluían la venganza. Cuando se dispuso a penetrar en la ciudad de Tucumán, su jefe de Estado Mayor, general Eugenio Garzón, de acuerdo a sus instrucciones, emitió una proclama a sus tropas. "Hoy marchan les decía a ocupar la capital de esta provincia las tropas que componen esta división; los señores jefes que mandan los cuerpos advertirán a los, suyos, que todas clases deben conducirse de un modo adecuado a la dignidad y decencia con que las tropas del virtuoso Ejército Federal se han comportado en todas partes" (Jefe de Estado Mayor, general Eugenio Garzón: Orden de la División. Campamento de Tucumán. 16 de setiembre de 1841)

El brigadier Oribe se reveló como estratego genial, demostró poseer el sentido innato de la autoridad e impuso una férrea disciplina, mantuvo enérgicamente el principio básico que rigen las guerras: "Es preciso desplegar una incansable actividad y no ahorrar trabajos, empeño ni sacrificios", le escribía al gobernador Ibarra (Carta del brigadier general Oribe al gobernador Ibarra. 4 de agosto de 1841)

Sabida en Buenos Aires la culminación feliz de su campaña en el norte, el general Rosas informaba a la Legislatura: "Al frente de estos valientes el ilustre Presidente del Estado Oriental, brigadier don Manuel Oribe, ha sellado antecedentes gloriosos con su renombre inmortal. Presidiendo importantísimas victorias, brillante sobre reiterados campos de honor, honoríficamente ha cumplido la misión que fió el gobierno a su distinguida capacidad, lealtad y heroico denuedo” (Mensaje del gobernador Rosas a la Sala de Representantes. 27 de diciembre de 1841)

Su épica cruzada libertadora en tierra argentina hubo de coronarla en la batalla de los diez generales, en Arroyo Grande, el 6 de diciembre de 1842, contra las fuerzas de la Liga Cuadrilátera, en que se habían coaligado Paz, Rivera, Ferré y J. P. López. Deshizo este nuevo peligro y dio cima, en las agrestes llanuras litoralenses, a la magna empresa de librar de enemigos a todo el territorio de la Confederación Argentina.

La inquina de los que vieron desbaratados sus esfuerzos por meter en nuestra casa a los bloqueadores extranjeros, ha seguido mordiendo el bronce de su estatua. Las vilezas y leyendas del que está abundantemente provisto el arsenal de los liberales, se volcó sobre el relieve impar de su figura. Es el destino de los "bárbaros caudillos", en tanto puedan continuar sus insólitos manejos los falsificadores de la historia. Pero ya esto es cosa que está pasando y previene el refrán: Agua pasada no mueve molino.


San Martín

Don Jose de San Martín.    

También sobre San Martín cayeron las densas aguas de la negación y la calumnia. Y fueron los misinos los impugnadores. Por eso debemos incluir aquí, entre los "bárbaros caudillos" al Padre de la Patria, al Libertador de tres naciones, al hombre más puro de nuestra historia.

Pero, ¿puede tildarse de caudillo a San Martín? Sin duda que sí, en la mejor puridad de nuestro rico idioma castellano, pues él estuvo a la cabeza, como guía y con mando, de gentes de guerra. Ningún caudillo más alto, ni más típico, ni más auténtico que el general San Martín, que acaudilló a las masas para la empresa de la libertad y se constituyó en el vigía insobornable de la patria. El estuvo siempre al lado del pueblo, de los caudillos y de la verdad de la tierra recién nacida para el cumplimiento de un' destino propio y emancipador.

Además, San Martín como todos los caudillos concitó el odio de los facciosos unitarios, de los conjurados de las logias, de los caballeros que hacían bandera del liberalismo y de la ilustración.

Los primeros movimientos contra su figura excepcional los consumaron Rivadavia y sus seguidores del "partido de las luces". Ellos vieron en la noble prosapia del Libertador y en la intuición terrígena que lo caracterizaba, los elementos de oposición que, por simple acto de presencia, podían destruir al núcleo rivadaviano. El crecimiento natural de su estampa guerrera' y su limpia conducta, frustraron la infame conjura liberal y tuvieron que allanarse a admitir un prestigio consolidado a sus espaldas. Entonces se volvieron contra Rosas e hicieron de él lo que se proponían hacer de San Martín: lo opuesto a la "empresa civilizadora" de Rivadavia. Y como San Martín apoyaba con toda la decisión de su carácter y la elevación de sus miras, la obra en que se encontraba empeñado el Restaurador, de hecho le rozaban y salpicaban con la maléica escoria que arrojaban sobre éste.

Pero San Martín no pudo ser sepultado; ¿hasta cuándo seguirá estándolo su par en la grandeza y en la verdad de nuestra historia?

El doctor Amadeo dice que no es lógica la Argentina "quedándose con San Martín y arrojando a Rosas" (0. R. Amadeo: Vidas argentinas) . ¡Gran verdad, ni siquiera empañada por la insinuación de que ambos representaban un activo y un pasivo que el país debe cargar "sin beneficio de inventario".

Esta identidad de pares entre las dos grandes figuras de nuestra historia, la han visto extranjeros de espíritu amplio y objetivo. Así, por ejemplo, el profesor francés M. Jacques Duprey, que penetró los archivos de diversos países, expresa: "Nosotros estábamos, a pesar nuestro, prevenidos respecto al dictador argentino. Los archivos de Buenos Aires nos han revelado una personalidad poderosa y hábil, una inteligencia flexible y de recursos, y no solamente una voluntad monstruosa; un verdadero jefe de gobierno, digno de la grandeza actual del país que él ha contribuido pujantemente a forjar. A pesar de todas nuestras prevenciones, hemos aprendido a poner a Rosas al lado de San Martín, en el panteón de la historia de la República Argentina" (Jacques Duprey: Un fils de Napoleón I dans le pays de la Plata sons la dictature de Juan Manuel de Rosas. Montevideo, 1937 )

Juan Manduel de Rosas Alberdi, superados los enconos de la lucha que su bando libraba contra el dictador desde Montevideo, comprendió la injusticia que los hombres del "partido porteño" cometían con Rosas, después de Caseros, y le escribía a Terrero: "En el mismo lugar en que debiera tributarse elogio y respeto al general Rosas, que tuvo tan alto el estandarte de San Martín, lo ultrajan del modo más cobarde e ingrato" (Carta de Alberdi a Terrero. 19 de julio de 1864. Cfr. Manuel Gálvez: Vida de don Juan Manuel de Rosas. Ed. El Ateneo. Buenos Aires, 1940)

El propio Libertador había confiado en que la justicia histórica daría plenas satisfacciones de la grandeza de Rosas; en la última carta que le escribió (lleva fecha del 6 de mayo de 1850 y el general San Martín murió el 17 de agosto de dicho año), le decía: "Que goce usted de salud completa y que al termino de su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos, que hace y hará siempre en favor de usted este su apasionado amigo y compatriota (Carta de San Martín a Rosas. Boulogne, 6 de mayo de 1850. En San Martín. Su corresp... Ed. del Museo Hist. Nac.)

Todavía no han sido escuchadas estas serenas palabras del más grande de los argentinos, en las que resuena la voz de la Patria hecha justicia e inmortalidad.

El general Rosas sobrelleva una carga que los liberales intenta ron depositar sobre las espaldas ciclópeas del Libertador.

Rivadavia inició el movimiento con el que suponía iba a destruir a San Martín y apagar sus glorias. Los rivadavianos se expedían con temeraria irrespetuosidad cuando nombraban al Padre de la Patria. El cura don Valentín Gómez, vocero entrañable de dicho sector, le escribía al general Alvear: "Veo ... que San Martín se ha conducido en Londres como un aturdido...Nuestro Rivadavia va a concluir la obra. Este será oído con preferencia, y San Martín quedará en el último ridículo...” (Carta del doctor Valentín Gómez al general Alvear. 19 de setiembre de 1825. Cfr. Gregorio F. Rodríguez: Contribución histórica y documental. Ed. Peuser, 3 vols. Buenos Aires, 1921.22)

¡Rivadavia comparado con San Martín! ¡Que ridícula farsa de pigmeos! Con razón el Libertador denunciaba "los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta” (Carta de San Martín a O'Higgins. Montevideo, 13 de abril de 1829. En obr.cit.)

De la administración de Rivadavia dijo: "Ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos” (Carta de San Martín a O'Higgins. Bruselas, 20 de octubre de 1827. En obr. cit.)

Los detractores ideológicos le persiguieron con malvadas imputaciones; pero la impostura no pudo torcer su permanente interés en las cosas de la tierra; así, le escribía al general Guido: 'Dígame Vd., con franqueza, cuál es la situación de nuestro país. ¿Creer Vd. que a pesar de haberme tratado como a un Ecce Horno y saludado con los honorables dictados de ambicioso, tirano y ladrón, lo amo y me intereso en su felicidad` ". (Carta del general San Martín al general Guido. Bruselas, 6 de enero de 1827. En San Martín. Su corresp.Edit. América, ya cit.)

El odio del círculo rivadaviano alcanzaba, inclusive, a los amigos del general San Martín. Bien tuvo oportunidad de experimentarlo el general O´Higgins. Él mismo nos informa: "Este hombre despreciable (Rivadavia) no sólo ha ejercido su envidia yI su encono en contra de Vd.; no quedaba satisfecha su rabia, y acudiendo a su guerra de zapa, quiso minarme en el retiro de este desierto, donde por huir de ingratos, busco mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente. Yo nunca lo conocí personalmente, y él sólo me conoce por mis servicios a la Patria, y me escribieron de Buenos Aires que por su disposición se dieron los artículos asquerosos contra mi honradez y reputación en los periódicos de Buenos Aires de aquella afrentosa época" (Carta de 031liggins a San Mirtín. llacienda de Montalván, en el valle de Cafiete. 16 de agosto de 1828. En obr.cit.)

O´Higgins, con estos antecedentes, se escapa al control de su mesura y por la hostilidad demostrada hacia el general San Martín, llama a Rivadavia "detractor", "piadoso administrador de Caín", "enemigo tan feroz de los patriotas", y "el más criminal que ha producido el pueblo argentino".

Las campañas enderezadas a pulverizar al glorioso soldado de la emancipación americana, no pudieron lograr su objetivo. Trataron entonces de complicarle en sus manejos y de obtener, por medio de su poderosa influencia, una elegante escapatoria a la crisis en que se precipitaron a raíz del asesinato de Dorrego. En efecto; en 1829, coincidiendo con el terrorista régimen implantado por Lavalle, llegó el general San Martín a las balizas del puerto de Buenos Aires. Era el 6 de febrero y pudo conocer de inmediato las terribles condiciones imperantes en la ciudad bajo la tiranía de los civilizadores. Se negó a desembarcar para no mezclarse en !as disensiones internas; así se lo hizo saber al secretario general del gobierno, don José Manuel Díaz Vélez, a quien solicitó pasaporte para Montevideo. Su propósito de alejarse lo fundaba "en vista del estado en que se encuentra nuestro país...no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos..."( Carta de San Martín al secretario general del gobierno de Buenos Aires, don José Miguel Díaz Vélez. Balizas, 6 de febrero de 1829. F.n obr.cit.)

La respuesta del ministro, al día siguiente, traducía la mentalidad predominante en el desorbitado grupo que acababa de asesinar al jefe del gobierno. "Aquí no hay partidos le decía , si no se quiere ennoblecer con este nombre a la chusma y a las hordas salvajes...” (Respuesta del secretario Díaz Vélez al general San Martín. Buenos Aires, 7 de febrero de 1829. En obr.cit.)

¿Es que pueden escucharse sin protesta tamañas ignominias? Que otros lo hagan; nosotros no podemos menos de gritar nuestra indignación contra los farsantes que, con las manos tintas en sangre, pretenden medir y condenar a sus opositores. No hay crimen mayor que el de disponer arbitrariamente de la vida de los semejantes; las chusmas y las hordas que no matan poseen una nobleza de que carecen los civilizados asesinos...

San Martín se instaló provisoriamente en Montevideo. Allí lo alcanzaron los emisarios de Lavalle, coronel Eduardo Trolé y don Juan Andrés Gelly, "para que hablen a usted en mi nombre” (Carta del general Lavalle al general San Martín. Cuartel general en el Saladillo, 4 de abril de 1829. En obr.cit.)

El Libertador escribió unos días después: "El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires v transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre..." (Carta de San Martín a O'Higgins. Montevideo, 1.3 de abril de 1829. En obr.cit.)

Los difamadores de ayer buscan ahora el amparo moral y material del insigne patriota para escapar al castigo de sus crímenes. San Martín rechazó toda su gestión en tal sentido, pero no sin antes hacerle estas sensatas reflexiones a su antiguo compañero de armas: "Aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses, en la situación en que Vd. se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país, le servirá de un consuelo inalterable.” (Carta de San Martín a Lavalle. Alontevideo, 14 de abril de 1829. En obr. cit. ). Consejo inútil; la ambición descabellada y los actos de traición a la patria, en vil concertación con el enemigo extranjero, regarían con sangre generosa de millares de argentinos las tierras que el Libertador quería ver consagradas a la justicia y a la paz.

Tres días después el Padre de la Patria partía en viaje de retorno a Europa, no sin escribirle al general Iriarte: "Sería yo un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hav algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he fusilado de lástima cuando estaban a mis ordenes en Chile y en el Perú...Son muchachos sin juicio, hombres desalmados..." (Cfr. Silvestre Pérez: Filosofía del federalismo...ya cit.)

Nunca más volvió el general San Martín a pisar el suelo de la patria, a la que volaba infatigable su pensamiento. En su correspondencia numerosa estaban siempre presentes los problemas que de alguna manera se vinculaban al destino argentino. Su espíritu se agitó cuando las dos grandes potencias europeas impusieron un injusto bloqueo a nuestros puertos. Su adhesión al general Rosas en estas circunstancias, se hizo invulnerable; no concebía que hubiera argentinos que cometieran la “felonía” de unirse al extranjero para derrocar a su gobierno. Cuando Sarmiento viajó a Europa comisionado por el presidente de Chile, don Manuel Montt, para efectuar estudios sobre educación, solicitó y obtuvo del general Las Heras una carta que le permitiera ser introducido a presencia de San Martín. "El señor Sarmiento decía la presentación , patriota ilustrado y que por su poca edad no pudo conocer a usted en la época de sus grandes hechos, desea ardientemente acercarse a usted como a zino de los muy pocos monumentos de nuestra historia..." (Carta del general Las Heras al general San Martín. Santiago de Chile, 18 de octubre de 1845. En obr. cit.)

Estuvo Sarmiento con el Libertador, como lo deseaba, y por lo visto no le hizo feliz la recia tesitura argentina en que lo halló; en carta a su amigo don Antonino Aberastain le decía: "San Martín, hombre de una pieza, anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor de la independencia amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca" (Cfr. José Pacífico Otero: Historia del Libertador don los de San Martín, t. vi. Etablissements Gériéraux d´Imprimerie. Bruselas, 1932).

La contrariedad de Sarmiento era explicable; pues pertenecía a la Comisión Argentina de Chile, que estaba confabulada con el atacante extranjero, y aunque había tenido la debilidad de preguntarse si tal cosa constituiría "un error afrentoso", se había apresurado a justificarla en tanto fe proponía "derrocar a un tirano". Para no sufrir estas incomodidades, el doctor Florencio Varela, que también acababa de visitar al Libertador, aseveraba que "habla constantemente de nuestro país, lamentando la suerte de Buenos Aires y maldiciendo la tiranía de Rosas..." ¡Impavidez desconcertante la de los Varela!

San Martín apoyó con sostenida fortaleza la causa de la Confederación Argentina (y de su insigne conductor, el general Rosas) contra las presiones y atropellos del bloqueador europeo. La probidad e independencia de sus opiniones no se regía por otras consideraciones que las del bien de la patria; prueba de ello es la carta que tanto utilizan los detractores del Restaurador de las leves, escrita en 1839, cuando le llegaron referencias parciales sobre el asesinato del doctor Maza : "Tú conoces mis sentimientos le escribía a su amigo don Gregorio Gómez y, por consiguiente, yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados de nuestro país. Por otra parte, el asesinato del doctor Maza< me convence que el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia" (Carta de San Martín a don Gregorío Gómez. Grand Bourg, 21 de setiembre de 1839. Repr. en La Prensa de Buenos Aires, ed. del 20 de noviembre de 1941)

La historia al uso de los liberales, que abomina de Rosas y glorifica a los que humillaban al país con alianzas traidoras, se limita a la trascripción indicada; pero el Libertador añadía: "A pesar de ésto yo no aprobaré jamás que ningún hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a su patria". Esto se omite con malicia; ¿será por aquello de que no hay que mentar la soga en casa del ahorcado?

Por lo demás, poco valen las reacciones impresionables de un instante frente a las irrevocables decisiones de los momentos más solemnes de la vida de un hombre. San Martín trazó de su puño y letra, en 1844, el testamento que habría de recoger sus más íntimas voluntades: "El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud escribió, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que trataban de humillarla" (Testamento del general San Martín, cláusula 31, París, 23 de enero de 1844)

Esto tiene el valor de una consagración inolvidable; no importa que rabien los que no pueden admitir la belleza de los gestos puros, nacidos al calor de sentimientos inefables. En la Legislatura bonaerense, preguntaba el diputado Obligado: "¿Quién se ha de acordar después de algunos años que el general San Martín le legó su espada a Rosas?" (Legislatura de la provincia de Buenos Aires.Sesión del 13 de julio de 1857)

¿Quién? ¡La posteridad, que como la diosa Temis, tiene la balanza para pesar los actos de los hombres y la espada para cortar la lengua de los detractores!

El general Rosas se mostró sensible a la grandeza de alma del ilustre patricio. Fue el primer gobernante argentino que tributó honores oficiales a su figura. En su mensaje de 1847, decía: "El conspicuo general don José de San Martín continúa acreditando patrióticamente sus simpatías, como dedicó sus espléndidas glorias a la causa de la independencia de la República Argentina y de la América. El Gobierno distinguidamente aprecia la noble conducta de aquel invicto americano. Le complace ver el entusiasmo con que tan merecidamente se pronuncia su ilustre nombre y el afectuoso respeto con que se le consagró en toda la Confederación y en la América" (Mensaje del gobernador Rosas a la Sala de Representantes, 1847).

En la Gaceta Mercantil se publicaron, bajo el título "Recuerdos del General San Martín", una serie de artículos laudatorios, atribuidos al doctor Bernardo de Irigoven, ferviente colaborador de Rosas (Gaceta Mercantil. Ediciones del 23 de junio al 19 de julio de 1851)

Los representantes del Partido unitario no le perdonaron a San Martín su fidelidad para con la patria fuerte, que con tanta dignidad repelía a sus enemigos exteriores. Cuando llegó a Montevideo la noticia de la muerte del caudillo inmortal, por carta del doctor Félix Frías, radicado en París, le respondió el doctor Valentín Alsina: "Como militar fue intachable, un héroe; pero en lo demás era muy mal mirado de los enemigos de Rosas. ¡la hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y cerriles, contra el extranjero. . . Era de los que en la causa de América, no ven más que la independencia del extranjero, sin importárseles nada de la libertad y sus consecuencias ... Nos ha dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e indigna..." (Carta del doctor Valentín Alsina 21 doctor Félix Frías. Montevideo, 19 de noviembre de 1850. Cfr. G. F. Rodríguez: Contribución histórica y documental.)

Para los facciosos de Montevideo poco interesaba el patriótico ideal de "independencia del extranjero"; lo que sacudía sus ánimos era ese vago sentimiento de libertad que tanto conmueve a los liberales. San Martín había condenado esa falsa posición en tino de sus párrafos más destacados: “...el mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen" (Carta del 11,2neral San Alartín al general chileno F. A. Pinto. Grand Bourg, 26 de setiembre de 1846. En obr. cit.)

No rendir culto a los principios liberales era colocarse irrevocablemente entre los "bárbaros caudillos".

Por eso el Libertador, a pesar de la pureza de su vida y de la serenidad grandiosa de su muerte, siguió concitando la animadversión de los liberales. El genial Sarmiento le escribía a Alberdi, en 1.852, incitándole a escribir una biografía de San Martín: "¿Se encarga Vd. del trabajo? le preguntaba . Fundemos de una vez nuestro tribunal histórico. Seamos justos pero dejemos de ser panegiristas de cuanta maldad se ha cometido. San Martín castigado por la opinión, expulsado para siempre de la América, olvidado veinte años, v rehabilitado por los laicos, por Montt, el doctor, el letrado, es una digna y útil lección" (Carta de Sarmiento a Alberdi. Yungay, Chile, 19 de junio dc 1852. Cfr. J. B. Alberdi: Grandes y pequeños bombres... ya cit.) Pero Sarmiento, que hablaba con tanta procacidad del Padre de la Patria, es uno de los próceres intocables del liberalismo.

También Alberdi se expidió con una irrespetuosidad que entristece nuestro ánimo: "Empleó cinco años - escribía -, y tuvo a su servicio los medios de Chile y del Perú, y ni así consiguió arrebatar a los españoles las cuatro provincias argentinas del Alto Perú ... ¿Dónde está el genio de San Martín? En que pasó cañones a través de los Andes ¿Por eso sería otro Aníbal? Comparaciones pueriles. Desde la conquista, los españoles tenían dominados a los Andes como a carneros. Hacía cerca de tres siglos que Pedro de Valdivia atravesó esas cordilleras para conquistar a Chile, y que Hurtado de Mendoza las repasó en sentido contrario para fundar a Cuyo. Baste decir que por dos siglos fue Cuyo provincia de Chile, siendo los Andes su límite doméstico y municipal ... No pretendo apocar el mérito de San Martín, sino dejarle su verdadera talla, y dar a las causas reales que libertaron a América, la parte que la falsa historia les arrebata para darla a hombres que no necesitan de esa usurpación..." (Alberdi: Grandes y pequeños hombres... ya cit.)

Lo dicho: San Martín debe figurar a justo título entre los "bárbaros caudillos", Y pese a la inquina y reticencia de los historiadores liberales, debemos proclamar bien alto con las palabras de Las Heras que él es “uno de los muy pocos monumentos de nuestra historia..."


La verdad siempre triunfa.

“Llegará el día en que desapareciendo las sombras sólo queden las verdades, que no dejarán de conocerse por más que quieran ocultarse entre el torrente oscuro de las injusticias” (Juan Manuel de Rosas. 1857)



Fuentes:

- Garcia Mellid, Atilio. Proceso al liberalismo Argentino. Edit. Theoría.
- Obras citadas.


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Fuente: www.lagazeta.com.ar





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