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VICENTE GONZÁLEZ, "CARANCHO DEL MONTE"
                          

Casa que perteneciera al "Carancho del Monte"    
calle Belgrano 275, San Miguel del Monte.    

(01) El Carancho del Monte.
(02) La opinión de Saldías.
(03) Fuentes.
(04) Artículos relacionados.


El Carancho del Monte

No tenemos un retrato de Vicente Gonzalez, pero algunos testimonios lo describen “de nariz aguileña y ojos penetrantes”, lo que le hizo ganar el mote de “Carancho del Monte”, circunstancia que lejos de ofenderlo, lo tomó con humor. Él mismo, en carta a Rosas, le expresa de puño y letra:

“Que el rey nuestro señor, se ha servido hacerme marqués de la Calavera y majestad Caranchísima de la Guardia del Monte. Prevengo esto porque ignoro si V.E. ha hecho el debido reconocimiento en el ejército de su mando”.

A su vez Rosas, siguiendo la humorada de Vicente González, el 1° de noviembre de 1833, en carta desde el río Colorado durante la Expedición al desierto, luego informarlo y aconsejarle sobre de distintas cuestiones, se despide de don Vicente:

“Con mis voto por su salud, y expresiones al Marqués de las Calaveras y Majestad Caranchísima, reciba V. el cariñoso a Dios de su amigo, Juan Manuel de Rosas” (Cartas de J.M.de Rosas, t.I.p.310)

Vicente González nació a finales del siglo XVIII en Montevideo, siendo hijo de Roque González, antiguo funcionario de las cajas reales.

Hizo sus primera armas durante las invasiones inglesas, dedicándose luego a su profesión de sastre, hasta que en 1811 se incorpora nuevamente a las armas en el ejército sitiador de Montevideo.

Nombrado capitán de milicias en 1811, acompaña al entonces coronel Rondeau en la campaña del ejercito del Norte, jefe del Regimiento de Dragones. En 1821 pide la baja del ejército y en 1824 es “pulpero” y Juez de Paz de San Miguel del Monte.

A partir de entonces actúa como representante político de Juan Manuel de Rosas, con quien mantuvo una fiel amistad y frondosa correspondencia. La sola presencia del Carancho del Monte podía influir en la opinión. Durante las elecciones de 1833, ante las luchas intestinas entre federales, el mismo Carancho le informa en carta a Rosas:

“Ayer ha tenido lugar en este Pueblo las elecciones el Juez tuvo papeletas en que debían nombrarse al Dr. Ugarteche y al Dr. Saenz Peña: el mismo Juez de Paz escribió días pasados al Dr. Masa diciendo qe. le diera dirección en esta parte y Masa me escribió a mi diciéndome le dijese a Salas, qe. con respecto a los qe. se debían nombrar hiciera lo qe. quisiera, qe. los nombrados por la ciudad no le gustaban y tampoco los de la Campa., qe. el en este caso se retiraba y no tomaba parte alga. Salas me dijo qe. hacíamos le dije qe. repartiera las papeletas qe. la Policía le havia mandado, así lo hizo por medio de los Alcaldes y Tentes. Y al nombrar los escrutadores y demás de la mesa, me presente yo en la Sacristía de la Iglesia qe. es donde se han hecho las elecciones y al empezar a tomar los votos fui yo el primo. qe. dije doy mi voto por el Sr. General don Juan Manuel de Rosas y el Sr. General Dn Angel Pacheco todos me miraron y me preguntaron si ese era el voto qe daba lo ractifique y dije qe si y lo qe lo asentaron me salí, pero sucedió qe todos los qe estaban con las papeletas en las manos para entregar, unos las guardaban y otros las rompían y los qe estaban presentes y fueron viniendo después, sin qe nadie le advirtiera y les dijera nada, todos votaron por Rosas y Pacheco, es tanto qe ni con el Juez de Paz ni con nadie havia yo conversado sobre esto, pues este fue un golpe de mis cavilaciones en ver lo que havia dicho el Dr Maza y al menos qe no se pudiese remediar, qe conozcan lo qe vale el nombre de Rosas y Pacheco en el Monte, pues los mismos forasteros qe hayan estado presente habrán visto qe a nadie se le ha dicho vote V. por Fulano, los votos han pasado de seiscientos en favor de V. y de Pacheco.”

Por su parte Rosas, le aconsejaba:

“...Ya sabe que no debe fiarse ni creer en ningún hombre de casaca y corbata almidonada” (Carta de Rosas a Vicente González, “Carancho del Monte”, el 1º de enero de 1834) y en otra carta le agregaba: “Los unitarios son muy rudos; ellos ven que a la mulita se la debe agarrar por la cabeza y no por el rabo”.

Rosas no solo daba órdenes y consejos al Carancho del Monte; también atendía sus pedidos y daba explicaciones de sus actos, como lo demuestra al carta del 10 de agosto en 1831, en que Rosas contesta el pedido de un indulto de parte de don Vicente. La carta es interesante porque muestra el proceder de Rosas:

Pavón, 10 de agosto de 1831
Señor Don Vicente González.
Mi querido amigo:

... Cuidado... con acostumbrar a los hombres a esa clase de solicitud. Mire que esas obras suelen en lo general producir consecuencias muy funestas. Mil razones hay para mostrar claro esta verdad, pero que ni tengo tiempo para explicarlas, ni lo considero necesario cuando me dirijo a Vd. Diré solamente que Vd. no siempre ha de vivir en el Monte. Mañana faltara, quién sabe entonces en quién recaerá su influencia. Harán lo mismo creyendo que no hacen mal, y aun cuando el objeto no sea noble, se creerá desairado el vecindario si no logra la justicia o injusticia que solicite, con prudencia o sin ella. Esos mismos hombres no siempre han de estar reunidos en el Monte. Mañana se desparraman, y en los puntos donde se establezcan citarán el ejemplo, ya sea el caso de igual naturaleza, ya diferente, considerarán que pueden hacer lo mismo que en el Monte. Sobraba con que Vd. me hubiera escrito, pues sabe muy bien que si sus razones no son para mí de poder, menos lo han de ser esa porción de firmas que me remite.

No por eso crea Vd., mi buen amigo, que su carta me ha desagradado y que la haya leído sin cuidado. Sus consejos siempre han sido y serán apreciables para mí, porque conozco lo que me ama y que no es posible que haga nada que considere pueda perjudicarme. Nuestra amistad probada, y fortificada con los años de una manera singular en su valor, nos ha autorizado siempre para aconsejamos mutuamente: y esa misma amistad fina y honrada nos da el derecho recíproco de tratamos con la franqueza y claridad con que Vd. se explica en su citada carta, y yo lo hago en mi contestación.

Vd. me conoce hace muchos años, y sabe que no soy sanguinario. Sabe también que esto lo he acreditado en el tiempo de mi gobierno. ¿Quién en mi lugar hubiera economizado tanta sangre? ¿Cuál es la que he derramado? Ni una gota de la que pueda considerarse fuera de la esfera ordinaria. Porque el mandar fusilar éste o el otro facineroso es común en todas partes del mundo, y nadie puede notarlo, ni es posible que la sociedad pueda vivir si así no se hace. Se dirá que Monteros (1), es al que no se debe considerar en esa esfera ordinaria porque fue fusilado por opiniones políticas. Esto no es cierto. Monteros no fue fusilado por opiniones políticas, sino por ser un famoso facineroso, con la calidad de ser además muy capaz de haber con la ulterioridad de los tiempos enlutado la provincia; y mucho más si yo moría.

¿Para qué me autorizó el poder soberano de facultades extraordinarias? Esa ley que me autorizó es la que lo mandó morir a Monteros. Se dirá que abusé del poder. Éste será un error mío: pero no un delito que pueda causarme remordimiento; porque cuando se me entregó ese poder odioso extraordinario, se me facultó no con la condición de que en todo ha acertar, sino para obrar con toda libertad, según mi juicio, y obrar sin rigiéndome por él al sólo objeto de salvar la tierra agonizante.

(...)

Antes de decretar la muerte de ese hombre (2), trabajé incesantemente de un modo fatigoso, más del tiempo preciso para salvarle la vida. Nada pudo ser bastante a salvar mi responsabilidad y a tranquilizar mí conciencia, hasta que convencido de la necesidad ordené su muerte (3). Podrá ser injusta, pero de ningún modo mal decretada, desde que siendo responsable quietud pública, y estando revestido de facultades extraordinarias para conservarla, encuentro en mi conciencia que la muerte de ese hombre puede evitar males al país de difícil reparación.

Cesaré de mortificar su corazón y concluiré diciéndole que haga lo le parezca más acertado. Es decir que si considera Vd. que a pesar de lo que he dicho, ese hombre no debe morir, en tal caso que no muera. Sí primero, entonces, si le parece, haga uso de la representación del modo siguiente: llama Vd. a los que han firmado, y les manifiesta lo desagradable que me ha sido y lo que ordena dicho decreto; que en adelante se abstengan de iguales solicitudes en cuerpo, y oficialmente lee el decreto a los sepan leer, para que noten la única razón porque se suspende por ahora la sentencia de muerte hasta nueva resolución superior. Si lo segundo, les dice Vd. que la presentación no ha tenido lugar y que he mandado que se cumpla la sentencia de muerte.

Juan M. de Rosas.

Vemos el pensamiento político de Rosas, en otra carta a su amigo:

Buenos Aires, diciembre de 1832
Señor Don Vicente González
Mi querido amigo:

Juan Manuel de Rosas He recibido sus estimadas a 4 y 5 del presente que contesto muy de prisa aprovechando la oportunidad del conductor. Quedo enterado haber recibido Vd. la primera remesa de yeguas del Entre Ríos... supongo le habrá Vd. al conductor hecho presente que siendo las yeguas con destino a la mantención de los indios, las flacas no hacen cuenta...

Por lo demás, si otra vez se toca el punto, atájele Vd. eso, favorito de esa gente, sin razón para ello, de que Buenos Aires es causa siempre de los males de la República.

Dígale Vd. que los unitarios habrán sido los causantes y ellos mismos es haber dejado hacer a Rivadavia, y a sus corifeos, causar por ocho años consecutivos todo género de males en la República. De aquí arranca sin duda el origen de la verdadera causa, tanta sangre derramada, tanto tesoro prodigado y tantos sacrificios puestos en ejecución últimamente para la salvación de la patria.

Que las masas de Buenos Aires no pueden ser culpantes desde que las provincias defirieron a los congresos formados por Rivadavia y sus corifeos, conformándose con todos sus actos, y sanciones ilegales, que firmaron los diputados de la mayor parte de las provincias, entre los que figuraban muy principalmente los de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. Congresos y sanciones que han tenido por resultado derramar en porciones la sangre argentina y conducir a la República al borde de un abismo de males, pero que si hemos salvado es debido solamente a la protección visible de la Providencia.

Que después de estas lecciones y hechos notorios confirmados por la experiencia, robustecidos por el tiempo, y por los consejos de la escuela de la revolución, ¿cuál es la enmienda? ¿Salir Corrientes gritando Congreso alarmando a los pueblos para adherirlos a este principio antes de la verdadera oportunidad, que aconsejan el buen juicio y la sana razón y después de este hecho tan notorio callarse algunos siendo fríos expectadores de un procedimiento tan bajo, y tan innoble como anárquico? Que esto es triste; pero que es más triste todavía ser indiferentes algunos a ese mismo innoble proceder cuando por él quiere sostenerse que las rentas de Buenos pertenecen a toda la República.

Que si se hace tanta confianza de Juan Manuel de Rosas, el modo de no aburrirlo y perderlo es hacer la justicia que corresponde a los actos públicos de su administración y no permitir en silencio que se le insule como ha hecho el gobierno de Corrientes con sus escandalosas provocaciones. Tampoco hablar en contra de los porteños porque esto de ningún modo debe agradarle desde que se halla a la cabeza de ellos y del partido federal, tanto más cuanto que Buenos Aires en el tiempo de mi administración, no ha dispensado ni sangre, ni tesoros, ni sacrificio alguno por el bien estar provincias y por la salud de toda la República.

Todo esto lo hizo en medio del calor de que no puedo prescindir cuando oigo con injusticia quejarse de Buenos Aires; pero como por lo demás ninguna queja tengo de los señores López y Echagüe, marchando siempre ambos con la mejor armonía de justicia en los asuntos graves, es por todo conveniente que cuando esté próxima la vuelta del hombre, me consulte Vd. córno le ha de contestar para arreglarle con más serenidad un discurso prudente y conforme a los principios de justicia, de que soy inseparable...

Quedo enterado de todo lo demás que Vd. me indica; deseándole la mayor salud me repito su affmo amigo. Juan Manuel de Rosas
(Archivo e la Nacion. Correspondencia de Rosas.t.I.p.242)

Durante la expedición al desierto, Rosas mantiene una nutrida correspondencia con don Carancho, a quien da detalle de las operaciones y precisas órdenes, sin dejar de recriminarle a su amigo el buen cumplimiento de las mismas, como surge, entre otras, de la siguiente carta:

Río Colorado, Mayo 1833
Mi querido amigo Don Vicente González

Somos hoy 18 de mayo, y aún no han llegado la primera tropa de mi mando tendrá retrogradar por falta de los primeros recursos. La mitad de él se haya hoy operando sobre el Río Negro a una inmensa distancia de este punto donde escribo, pues no bajará de ochenta leguas. ¿Y cómo habría yo ordenado este avance. No hubiese contado con las remesas que debían Ustedes remitirme? Nada sería la desnudez completa (pues el Buque de los vestuarios no ha llegado aún, y aun cuando venga ya es tarde) si contásemos con la mantención de reses; pero si éstas, nos falta tendremos que perecer.

Con fecha 5 del presente, viendo que ni noticias tenía de la primera tropa, ni una sola letra de ustedes a este respecto, ni contestación a mi carta por triplicado fecha 18 del pasado, dirigí el adjunto pasaporte conducido por un cabo, y un soldado; pero entonces se aumentó mi desconsuelo al ver que debiendo la tropa primera componerse de mil setecientas reses vacunas sólo traya mil cinco.

Si hubiera tenido reses y caballos hubiera hecho subir una fuerza bien lejos en otra dirección, ¿pero qué podía hacer cuando ni noticias tengo de Ustedes, a pesar de haber dejado establecidas tantas postas por donde no dudo que hubieran caminado bien los pliegos de posta en posta, sin necesidad de ocupar mas hombres que los postillones?

El Gral. Pacheco llevó 600 reses el primero del presente con concepto a un mes hoy somos 18, y como ya sólo restan 10 días, tengo precisión ya con urgencia de mandarle otras tantas. Pero esto es contando que nada se haya perdido ni se pierde. ¿y si hay alguna desgracia, bien por temporal travesía o pérdida de acción con que se mantiene esa tropa? ¿No es claro que en precaución debía mandarles otra cantidad igual a los ocho días después? Felizmente, cuento con el triunfo y con los auxilios de la provincia, que a no ser así, ya hubiera dejado todo acobardado. ¿Que estos hombres son de bronce o palo?

Sólo me quedan aquí ahora trescientas reses flacas, y en este estado llega el hermano de Guerrico y el Capitán Romero, con la fresca de que la tropa estaba parada más allá de la Ventana porque había perdido trescientos reses vacunas de las mil y que ellos se habían venido de aburridos y peleados con el teniente. Ni los he fusilado por ser hermano de Guierrico el uno, y porque de hacerlo con uno habría que hacerlo con el otro. Para esto se han arreado una tropilla de caballos de los muy pocos que se me mandan en esta tropa. Si Ustedes no fuesen quienes son, ya estaría yo creyendo que el objeto pereciera con la fuerza de mi mando.

En fin, quiera Dios que ésta llegue pronto a manos de ustedes, y que el mal pueda remediarse en tiempo.

Los campos los he encontrado por acá enteramente secos y malos, pues se conoce que aquí ha sido mayor la seca, que ha seguido, y sigue. Por esto se hace más necesario la remisión de los caballos gordos que he pedido.

Mientras no cuente con suficientes reses y caballos de los que Ustedes deben remitirme, no podré moverme de este punto a mayor distancia de los recursos, y más cuando la división del Centro ha retrogradado para el Río Quinto, de lo que resulta quedar en descubierto el expresado centro, y por donde no sería extraño que bajasen alguna fuerza de Indios a cortarme los recursos.

Espero, pues, que las tropas no demoraran en adelante. Al efecto, sin perjuicio de las tropas grandes, indicadas en las instrucciones, pueden Ustedes mandarme además dos cada mes, compuestas de trescientas cincuenta reses gordas vacunas cada una, y ciento y cincuenta caballos. Estas dos tropas pueden ser conducidas por capataces y peones pagados bien. Es decir, con peones y capataces en sus caballos propios, en la forma que se conducen las tropas a Buenos Aires para el abasto. De este modo podremos reponer las fallas que resulten en las tropas grandes mensuales, por pérdidas que tengan por causa de los temporales o descuidos.

No pido yeguas en estas tropas pequeñas porque éstas lo que se adelgazan disparan mucho en las marchas; pero si se encuentran algunas manadas gordas que comprar, pueden en cada una de dichas tropas chicas venir hasta ciento o más cabezas, yeguarizas, y si los caballos que vienen son de manadas, pueden venir con ellas, en cuyo caso creo que no han de disparar.

En la primera tropa de estas chicas que venga mandensen Ustedes cincuenta bueyes gordos, y otros tantos en la segunda; pues los de las carretas que se fletaron en el Monte como que venían tan flacos, así están, y no pueden tirar entre estos inmensos arenales, cuyos repechos se hacen a veces insuperables.

Por supuesto que ésta vale lo mismo para Vd. que para Guerrco, quien si no está en esa Vd. verá un modo más seguro, y rápido de que vayan de acuerdo y no haya demora en las remesas por falta de inteligencia entre ambos.

De un día para otro espero el resultado del golpe sobre los indios situados en el Río Negro. La fuerza nuestra al llegar tuvo que dividirse, y pasar la mitad el Río, porque los Indios estaban de una y otra margen. Los caballos nuestros quedaron inservibles después de esta jornada y sin más esperanza que los que Ustedes me manden que es preciso sea bien gordos.

Es increíble lo que han trabajado y caminado esos caballos. De San Nicolás al Monte, dando vueltas. En este punto estuvieron parados a ronda el tiempo que Vd. sabe, y de día con la penuria de los tábanos. Después siguieron hasta Bahía Blanca. De allí a Patagones, y después a Chuelechuel. Son con las vueltas trescientas leguas de marchas, y sesenta de ellas por montes, caminos pedregosos, pastos duros, y sin agua. Pero, Dios es el que todo lo puede y lo dispone.

Que Ustedes gocen de salud, que me saquen de conflictos, y que me manden, son los Votos de su afino.

J M. Rosas

Adición

[Con otra letra.]
Si los caballos patrios que vienen están como éstos en que han venido Romero y Guerrico el hermano de Dn Manuel José, deben Ustedes contar con que no ha llegado ninguno por lo que se conoce que no han venido reservados sino sirviendo. Tal es el estado en que vienen de mal tratados y f1acos'. (Cartas de Juan Manuel de Rosas, t.I.p.258)

Con referencia a las colores de la Bandera Nacional, el 23 de marzo de 1846 Rosas le escribió Vicente González, diciéndole que se le remitiría una bandera para los días de fiesta, agregando que "...Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en el centro y en los extremos el gorro punzo de la libertad. Esta es la bandera Nacional por la ley vigente. El color celeste ha sido arbitrariamente y sin ninguna fuerza de Ley Nacional, introducido por las maldades de los unitarios. Se le ha agregado el letrero de ¡Viva la Federación! ¡Vivan los Federales Mueran los Unitarios!".( Ver Las banderas de Rosas )

Producido el derrocamiento del gobernador Manuel Dorrego, Vicente González hizo la campaña contra Lavalle a las órdenes de Juan Manuel de Rosas y de Estanislao López, participando en los combates de las Vizcacheras y del Puente de Márquez.

Cuando se produjo el levantamiento en el Sur de la provincia de Buenos Aires, Vicente Gonzáles era jefe del Regimiento 3 de Caballería, destacado en la Guardia del Monte. También participa el 28 de noviembre de 1840 en la batalla en Quebracho Herrado, comandando la reserva del ejército federal, y el 6 de diciembre de 1942 participa el la batalla de Arroyo Grande, donde el general Oribe vence a Rivera. Luego el gobernador de Santa Fe, Pascual Echagüe, lo nombra comandante de la campaña del Rosario.

Durante la batalla de Caseros, el coronel González recibió el comando de la división formada por los regimientos 3 y 6 de caballería. Tras la derrota rosista, se apartó de los asuntos públicos.

Muere en Buenos Aires el 23 de junio de 1861. Sus restos se depositaron en el sepulcro de la familia Terrero.


La opinion de Saldías

El Dr. Adolfo Saldías, dice de él:

“Franco, bondadoso y servidor de quien lo necesitase, se trajo la buena voluntad acariñada de los habitantes de la campaña donde residía. Esto no obstaba a que su propia autoridad practicase una limpieza policial en los vecindarios, engrosando el regimiento que mandaba, con los vagos y mal entretenidos que le temían, y quienes encontrando en el óvalo largo y descarnado, en la nariz encorvada y puntiaguda y en los ojos vivos y penetrantes de D. Vicente, los perfiles característicos del carancho, dieron en llamarle “Carancho del Monte”; apodo pintoresco que variaban algunos de sus íntimos llamándole familiarmente “Don Carancho”, sin que por esto ni por cosas mayores se alterase la habitual bonhomía de D. Vicente”.

Referencias:
(1). El Dr. Ravignani, en el estudio en que dio a conocer esta carta, confirma la veracidad de la explicación que Rosas formula sobre la muerte de Monteros.
(2). El Quintana cuyo indulto había solicitado V, González.
(3). Podemos suponer con fundamento que en todos los casos procedía del mismo modo
(4). Ravignani, Rosas y la unión nacionaL en “Cursos y Conferencias” Buenso Aires, diciembre de 1932
Obras de Leonardo Castagnino
Fuentes

- Cartas de Juan Manuel de Rosas.
- Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

                          

Artículos relacionados:

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- Leandro Alen
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- Rosas no ha muerto.
- El Restaurador de la Leyes.

Ver en el indice más Historia Argentina.

Fuente: www.lagazeta.com.ar

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